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lunes, 14 de agosto de 2023

El fin de la fotografía

José Vidal
Con este título podemos aludir a la finalidad de la fotografía, su destino como arte y técnica, tanto como a su desaparición. Y esto es posible porque, a partir de la digitalización hay un cambio radical respecto a lo que ha sido la fotografía antes del siglo 21, hay una fotografía que termina y otra en continuo desarrollo que tiene características bien distintas. La fotografía como técnica y como práctica tiene un crecimiento metastásico, descomunal, es cada vez más omnipresente en el mundo. La proliferación de fotos y videos en Internet, medios y especialmente en las redes sociales es verdaderamente impactante. Cuando buscamos un celular, la competencia entre los distintos modelos se centra especialmente en las cámaras, que ahora son múltiples cámaras en un mismo aparato para capturar la misma imagen. Todos sacamos fotos, pero ¿todos somos fotógrafos? Sin duda, la capacidad de producir imágenes de los teléfonos ha superado a la mayoría de las cámaras de fotos comunes y en algunos casos a las profesionales, y esto no está destinado simplemente a la complacencia de los usuarios. Las cámaras son objetos técnicos que nos emplazan a tomar fotografías y a publicarlas. En esto hay que acordar con Heidegger en que el objeto técnico no es un mero instrumento, indiferente, que depende del uso que se le dé, sino que produce una solicitación, exige un modo de comportamiento. Una vez subidas las fotos a Internet forman parte de un continuo de imágenes de carácter global que conforman un universo semiótico, una infinita multiplicación de signos interconectados. Ya no encontramos la foto, singular, sino la serie ilimitada, la foto no se acumula en el álbum para el recuerdo, sino que es olvido en la memoria del ordenador. En apariencia, esta red de imágenes no parece tener sentido. Por el contrario, es más bien un rechazo a la cadena significante, nadie podría descifrar hacia dónde va esa acumulación maníaca de fotos, al menos ningún ser humano. Sin embargo, tiene un impacto en la creación de nuevas subjetividades, en el modo de percibir el mundo, de percibirse a sí mismo y a los demás. Es la aletósfera anticipada por Lacan, una atmósfera en la que habitamos y que, a la vez, está poblada de elementos técnicos intangibles (la verdad científica, aletheia, técnicamente instrumentalizada) de los que no tenemos mayor noticia porque son ondas que nos atraviesan, imágenes que nos miran y que están destinadas a causar nuestro deseo y determinar nuestro comportamiento. Es posible medir ahora, mediante algoritmos, la permanencia del usuario frente a determinadas imágenes en las pantallas y hacer un cálculo de sus preferencias y gustos, pero sobre todo de su sensibilidad. Ese tipo de información se usó inicialmente para fines comerciales, pero se extendió rápidamente para la manipulación política. Para eso se desarrollan programas de Inteligencia Artificial, cálculos matemáticos predictivos que permiten anticipar la reacción y la conducta frente a estos estímulos. Con esto, podemos acordar con Fontcuberta en que la fotografía, en tanto tal, ha muerto, que estamos ahora frente a un fenómeno que él llama la pos fotografía en el que la producción de imágenes ya no puede homologarse a la de la tradicional toma de fotos. Nuestros amigos fotógrafos, con sus cámaras Nikon o Canon, son rara avis. Es que ellos, a contramano de la exigencia de aceleración del mercado, apuntan a la detención de la serie, a la singularidad de la imagen, estudiada, pensada, estetizada. Ellos le hacen preguntas a cada foto, la leen. En el tiempo que ellos elaboran una foto se han producido miles, millones de imágenes digitales. Si la fotografía siempre mintió, nunca la foto fue reproducción fiel de la realidad, como nos demostró Carlos Martino, el tipo de mentira es diferente con las nuevas tecnologías. Estas no solo son falsas, sino que, además, forman parte de un programa. Están a cargo de modelizadores matemáticos con objetivos precisos. Podemos imaginar que las fotos ahora forman parte de una performance gigantesca, como propone Boris Grois, una Obra de Arte Total, que englobe ciudades enteras, países enteros, el planeta tal vez. ¿No puede imaginarse la Pandemia, más allá de sus razones sanitario/políticas, como una performance con alcance planetario? Las fotos de las plazas vacías, las ciudades desiertas ¿no son una estética del fin en la que todos participamos? La esquizia del ojo y la mirada que Lacan pudo precisar, donde me veo no miro, donde miro no me veo, ha sido tomada astutamente por este programa para alimentar la mirada, hoy omnipresente en el mundo y con una voracidad superyoica. Mientras tanto, el fotógrafo, como el analista, hacen una suerte de resistencia. Ambos coinciden en la búsqueda de la singularidad, la detención en el detalle y la orientación hacia un real. La foto no puede reducirse al significante, sino que debe ser pensada como signo, lo que representa algo para alguien. La foto es signo, pero la proliferación de las fotos en el continuo global de la imagen tiene una intervención técnica sobre el ground, produce una adulteración capitalista de lalengua. Por ejemplo, la proliferación de imágenes en las redes, incide sobre lalengua española provocando una disolución, un rechazo del lenguaje. El rechazo del significante amo que se produce en el discurso capitalista se hace mediante la introducción de signos, sin sentido, pero que son una subversión del sentido.

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