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lunes, 9 de mayo de 2022

Delirio de identidad

José Antonio Vidal.
Si hay discordia en la cultura contemporánea no es tanto de las identificaciones como de las identidades. Podríamos decir que hoy “todo el mundo es loco” a partir del imperativo de alcanzar una identidad acorde y equilibrada, lo que conduce a la desesperación por ser uno mismo, por ser otro que el que se es, o por no querer ser tomado por ninguna identidad. Lacan hace una hace una neta distinción entre identidad e identificación, que mantendrá a lo largo de casi toda su enseñanza. La identidad, que podemos escribir en la ecuación a = a, que se traduce bien en la expresión célebre de Gloria Gaynor, soy lo que soy, es un intento de unidad totalizadora. La identificación, en cambio, siempre es solo a un rasgo, tiene características cambiantes, es sustituible, e incluso susceptible de desaparecer. Hay identificaciones, porque no hay identidad que responda a una esencia del ser hablante. La identificación se funda no en la igualdad sino en la pura diferencia entre los significantes y en la afanisis del sujeto como emergente de la prohibición del goce. Miller llama delirio de identidad al que se deriva de la unidad ilusoria que el yo narcisista obtiene de su imagen especular. Toma la figura hegeliana de la ley del corazón, conservando la idea de locura por sobre la de psicosis, con lo que obtiene una orientación clínica trans estructural: el yo es loco. Allí podemos acordar con Rosa López cuando sostiene que toda identidad es patológica. Delirio de identidad toda vez que el sujeto, psicótico o neurótico, no consiente a la mediación del Otro y se define solamente por la inmediatez de su imagen narcisista. Así, Miller distingue dos vías diferentes en esa decisión del ser: mediatez o inmediatez. Del lado de la mediatez, cuando hay un consentimiento al Otro como intermediario, hablamos de identificación. Cuando, en cambio, hay la forclusión del Otro, y se opta por la inmediatez, hablamos de identidad. “La mediación significa que es a través del Otro que puedo tratar de alcanzar lo que soy, mientras que la locura es la inmediatez de la identidad, es desconocer el proceso mediado que hay en el concepto mismo de identificación.” (Miller) Miller inventa un neologismo para esto: mismarse. La estructura general del desconocimiento es este mismarse por el cual el yo siempre es loco, infatuado, en un desconocimiento de su falta constitutiva La exigencia de identidad es un elemento esencial del discurso capitalista, variante del superyó donde, mientras más se somete el sujeto al imperativo identitario, más severa es la culpa. Es un empuje, cada vez más fuerte, a asumir una identidad, especialmente de género, pero también sexual, étnica, religiosa o política, que se acompaña de una creciente vigilancia, control y denuncia por parte de grupos radicalizados que actúan con función de policía. Lacan, desde el comienzo de su enseñanza ha insistido sobre la distinción entre el yo y el sujeto. Mientras el yo obtiene su ficticia unidad en el espejo, el sujeto es la función de fading, de marca desaparecida. El yo, en este sentido, es desconocimiento de la castración por la unidad de la imagen especular. Cuando esta unidad está lograda, estable, y se mantiene inmodificable, se ha logrado una identidad. El yo ha devenido, al decir de Canetti, un personaje, una máscara rígida. Mientras las identificaciones son cambiantes por el juego fluctuante semblantes de elección singular, en el delirio de identidad el sujeto debe asumir un nombre universal rígido. La palabra rígida es usada por Lacan, tal vez anticipatoriamente, para referirse a un modo de la histeria donde no hay la pregunta dirigida al Otro, donde el nudo se sostiene sin el síntoma. Imaginario, simbólico y real están perfectamente encajados sin la necesidad de un síntoma, una histeria sin el nombre del padre. El delirio de identidad contemporáneo implica varios momentos asociados al discurso capitalista. Un primer momento, el sujeto, entronizado como agente, rechaza todo legado o determinación del Otro. Es lo que F. Anserment llama el rechazo del origen. Esto implica un segundo momento en el que el sujeto debe inventarse una identidad, ya que ésta no le llega desde los S1 del padre, la familia, la tradición, etc. Este esfuerzo implica ir hacia los objetos técnicos del mercado, las letosas, para tomar allí los signos con los cuales construir una imagen de sí que se tornará identidad. Digamos que la identidad es utilizada más como elemento del mercado que como modo de hacer lazo. Así, surgen identidades pret a porter que no dicen nada de la singularidad del sujeto. No hacen pregunta al sujeto, sino que vienen a modo de respuesta obturadora de la hiancia subjetiva. Cada vez más en nuestra clínica nos confrontamos a sujetos angustiados por la presión de ese imperativo identitario que exige una certeza respecto a su sexualidad, pero también respecto a su identidad sexual. Es normativizante aunque se haga desde la propuesta de una supuesta liberación. Es evidente para el psicoanalista que la respuesta a qué es una mujer o qué es un hombre es bastante difícil, sino imposible. Es la imposibilidad de la relación sexual que podríamos hacer extensiva a toda identidad rígida. De modo que el psicoanálisis deberá hacer obstáculo a ese imperativo identitario del capitalismo. El psicoanálisis nunca será normativizante, las respuestas del analista apuntan a la las identificaciones con las que cada uno se las arregla en la vida y es posible proponer, como lo hace F. Anserment, ejes para interrogar el qué de las identificaciones singulares conduce a su obliteración en una identidad. Lacan finalmente nos lleva a la identidad en la que las identificaciones se cristalizan, la identificación al síntoma, fin del análisis, que es más un identificar cuál es el modo singular de gozar que marca, ahí sí una diferencia absoluta. Texto presentado en las Jornadas anuales de la EOL, La discordia de las identificaciones, 2019

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