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lunes, 20 de mayo de 2024

Chocar con lo común

José Vidal Lo que Lacan ha establecido como el discurso capitalista no debería confundirse con el capitalismo en tanto tal. Mientras éste es un sistema económico y social, el discurso capitalista es la subjetividad que se asocia, como efecto, a ese orden. Es, podríamos decir, el malestar cultural ligado a él, la manera de vivirlo. Si el psicoanalista debe, como lo indica Lacan, unir su horizonte a la subjetividad de su época, es ese discurso con el que tiene que vérselas. Esta subjetividad capitalista tiene un doble movimiento. Por un lado, lanza al sujeto hacia el consumo, es decir, implica un empuje al goce y, por otro lado, y simultáneamente, rechaza las insignias que podrían brindarle sus legados y marcas de origen, lo que es otra forma de describir la declinación del nombre del padre contemporánea. El sujeto, así entronizado, se imagina artífice de su propio destino, sin deudas con nada ni nadie, fruto únicamente de su propio esfuerzo y desconoce las determinaciones sociales e históricas tanto de sus éxitos como de sus fracasos. Así, al rechazar los significantes mayores, el sujeto no tiene con qué nombrarse ni con qué identificarse, lo que se verifica en la creciente crisis de las identidades y en una increencia cada vez más generalizada. ¡Goza! El imperativo del superyo compele a un imposible que se encuentra pronto con la frustración y la culpa por el fracaso. La pérdida de goce producida por la prohibición a gozar es recuperada como goce de la culpa por el superyo, circularidad claramente planteada por Miller y que encuentra en el discurso capitalista una expresión exquisita: Mientras más se somete el sujeto a la ley de hierro del mercado, mayor es la culpa y mayor la imposibilidad de expiación. Eric Laurent, en una entrevista realizada por Beatríz Gregoret , propone algo sorprendente: oponer a esta increencia generalizada el nuevo amor. “el régimen de la increencia, dice, que es una paradoja de la autoridad. Tiene su lado bueno y malo. La ventaja es que permite no creer en tantas tonterías, lo malo es que deja al sujeto librado a sus propios imperativos de goce, no hay una función reguladora”. Tenemos entonces una respuesta política del psicoanálisis frente al malestar cultural actual. Ahora bien ¿Qué es el nuevo amor? El propio Laurent dice lo que no es: no es un nuevo amor al Gran Hombre, ni un nuevo amor a un colectivo, no es un nuevo amor a un poder impersonal. Seguramente porque todas ellas serían figuras repetidas del fantasma. Pero sí afirma, en cambio, que el nuevo amor es una protección, un velo, contra la invasión de goce procedente del superyo y desencadenada por el mercado. La idea de nuevo amor fue propuesta por Lacan en el seminario 20, Aún, cuando se refiere a que, cada vez que hay un cambio de discurso, se produce la emergencia de un nuevo amor. Podríamos decir que lo que propone allí Lacan, tomando el poema de Rimbaud “A una razón”, es algo que ya se insinuaba en la construcción de sus cuatro discursos: hay siempre una imposibilidad inherente a cada uno de ellos, cada vez que un orden social determinado se topa con un punto de fracaso, la imposibilidad es el signo de que se pasa a otra cosa. Ahora, en Aún, encontramos esa imposibilidad como el signo de que hay un cambio de discurso. El signo de amor es aquí un equivalente de la imposibilidad, es decir de lo real. Y señala también que esto es equivalente al discurso analítico. Dicho en otros términos, el discurso analítico emerge toda vez que hay un punto de imposibilidad en el lazo social. Y, hay que decir, todo parece indicar que hay actualmente un movimiento que exige esa emergencia. De modo que, cuando Laurent nos invita a oponer el nuevo amor al imperativo de goce del superyo, nos propone poner en acto ese signo, que viene a mostrar la solidaridad del amor con el goce, siendo aquello que permitiría al goce condescender al deseo, como lo había planteado ya Lacan en el seminario de La Angustia, el amor es lo que permitiría al goce salir del autoerotismo para dar lugar a un lazo social. Ya Lacan había sugerido que el psicoanálisis debe ser síntoma en la civilización, fracasar en las aspiraciones psicoterapéuticas que se esperan de él, para garantizar que el no todo en la civilización . Debe hacer obstáculo a disco urso corriente, propio del discurso capitalista que fagocita toda diferencia. Puede haber cierto parentesco entre esa intervención posible del analista en la cultura y la del dandy. Baudelaire ponía en valor en dandismo como gesto, que alguien sea capaz de hacer de un objeto absurdo, ridículo incluso, como un saco o unos zapatos, algo sublime. El dandy choca con el común. Baudelaire se daba cuenta que no se puede ir en contra de la mercancía en el capitalismo tardío, que ésta iba a reemplazar a la obra de arte. Frente a esto, proponía tomar los aspectos de choque, de extrañeza y sorpresa de la obra de arte para hacer de ella mercancía y fetiche a la vez. Como una mercancía absoluta que se anula como mercancía. Algo que en el psicoanálisis llamaríamos sublimación, elevar el objeto a la dignidad de la cosa. Esa sería una forma de salir de la compulsión capitalista al consumo. Un signo de amor.

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