José Vidal
Seminario anual del CIEC 2012
Clase del 03/10/12
Intenté la vez anterior mostrar cómo, desde el análisis que Lacan hace del cuento de Poe “La carta robada” que la carta en su movimiento hacia su destino, movimiento que es el ejercicio del poder, si la carta se extravía, si queda en sufrance, comienza a producir efectos a los que Lacan llama la feminización. Los efectos de esa detención son los de la letra, los que el semblante puede provocar en el límite entre el sentido y lo real.
Lo que encontramos en Lacan es una equivalencia entre la letra y la carta de amor. La idea de carta/lettre juega permanentemente en la obra de Lacan tomando un espesor cada vez mayor hasta alcanzar la carta de almor, como lo escribe Lacan en Aún, un signo que va dirigido al alma ante la imposibilidad de la escritura de la relación sexual.
Nos encontramos entonces con la letra, la carta de amor, el signo de amor y finalmente el síntoma como figuras equivalentes a lo largo de la enseñanza de lacan. El signo que viene al lugar de los semblantes y los semblantes que son pocos, privilegiadamente el significante fálico, permite ver que hay algo que no es del orden del semblante, que es del otro goce, que no es del orden del falo, y entonces nos encontramos con el límite entre lo real y el sentido.
La letra, la carta, está justo en ese punto en que hay las palabras pero que conducen a un más allá de las palabras que es lo que ocurre con el psicoanálisis. Mediante las palabras nos adentramos a un campo más allá de las palabras y que llamamos lo real. Es en ese sentido que la letra feminiza, porque conduce a ese territorio que puede llamarse femenino por no pertenecer al orden del falo.
En un sentido, el que detiene la carta en su circulación, lo veíamos en el seminario de la carta robada, se siente, al menos por un instante, dueño del falo, se siente ser el que ejerce el poder. Es el momento del goce del poder. Pero, y esto es lo que parece querer mostrarnos Lacan, la naturaleza misma de la letra, muestra que el semblante es solo un artificio, feminiza en el momento en que abre el espacio del Otro goce, el femenino.
Se trata justamente de la imposibilidad de gobernar, como lo planteaba Freud, gobernar como profesión imposible, el resorte de esa imposibilidad está justamente en que el ejercicio del poder en su desarrollo abre a la dimensión del fracaso del semblante, muestra su naturaleza de ficción y decae.
Al ser la letra un borde, es así como Lacan la muestra en su seminario 18, un litoral entre el sentido y lo real, introduce al sujeto en una dimensión más allá de la palabra.
Y justamente cuando los semblantes vacilan, eso es lo que mostrábalmos en la carta robada donde se trata de la monarquía restaurada, una monarquía donde hay los lugares pero no se cree en ellos, cosa que claramente ocurre en nuestra época también, cuando los semblantes vacilan queda al desnudo su valor de goce no fálico, el goce que está en el corazón del síntoma.
El poder feminiza a quien retiene esa letra, a quien impide su circulación porque lo introduce en la dimensión de la demanda de amor.
Algo en lo que yo insisto, porque me parece que no se ha puesto en ello demasiado énfasis, es que la demanda siempre tiene que ser del analizante, porque la demanda del analista hacia el analizante es insoportable. La demanda, que es siempre demanda de amor, apunta al ser de goce
Pero esto que dicho así podría imaginarse como un punto de debilidad es justamente donde Lacan, en su última enseñanza quiere poner la piedra basal del psicoanálisis y de sus instituciones. Lo que nos preguntábamos sobre qué instituciones se corresponderían al discurso analítico debemos tomarlo por el lado de la decadencia del nombre del padre y no de su restauración, del lado de la feminización del mundo y no del lado falo. De modo que esa respuesta que ahora vemos surgir en el campo freudiano de España, el nuevo amor, no es por casualidad, sino que es la orientación misma de nuestro movimiento internacional
Lacan, en su seminario Aún, al demostrar que a causa del lenguaje no hay relación entre los sexos y en su esfuerzo por explicar cómo es que se producen encuentros, toma el poema de Arthur Rimbaud, A una razón, para mostrar que el amor es signo de un cambio de discurso.
Razón, la palabra que está en el título del poema, en el diccionario, es el discurrir, las palabras con que se expresa el discurso, el argumento con el que se pretende demostrar algo, es decir, se trata del sentido, el palabrerío con el que recubrimos el afecto que nos toma cada vez que nos topamos con lo real.
Si la experiencia humana es de lenguaje nunca deja de sorprendernos que de ella no surjan significados sino afectos. Lo que resta de hablar es el afecto, la angustia, el amor, el odio. Es el modo en que la palabra produce consecuencias a nivel del cuerpo. Y la razón, el argumento, es la respuesta de sentido cada vez que somos sorprendidos por un encuentro contingente en esa dimensión del cuerpo y de los afectos.
A pesar del título, A una razón, se refiere justamente a lo que no es del orden de la razón, al amor como signo.
A una razón
"Un golpe de tu dedo sobre el tambor descarga todos los sonidos e
inicia la nueva armonía.
Un paso tuyo. Y el alzamiento de los hombres nuevos y su
caminar.
Tu cabeza se vuelve: ¡el nuevo amor! Tu cabeza gira, ¡ el nue-
vo amor!
'Cambia nuestros lotes, criba las plagas, empezando por el tiem-
po', te cantan esos niños. 'Eleva no importa adónde la sustancia
de nuestras fortunas y nuestros anhelos', te ruegan.
Llegada desde siempre, tú que irás por todas partes".
Arthur Rimbaud (Francia, 1854-1891)
inicia la nueva armonía.
Un paso tuyo. Y el alzamiento de los hombres nuevos y su
caminar.
Tu cabeza se vuelve: ¡el nuevo amor! Tu cabeza gira, ¡ el nue-
vo amor!
'Cambia nuestros lotes, criba las plagas, empezando por el tiem-
po', te cantan esos niños. 'Eleva no importa adónde la sustancia
de nuestras fortunas y nuestros anhelos', te ruegan.
Llegada desde siempre, tú que irás por todas partes".
Arthur Rimbaud (Francia, 1854-1891)
Lacan ya había echado mano a este poema años antes, en “El acto analítico”, donde mostraba que el acto parte siempre no de una razón, sino de un signo.
El signo es tomado aquí como gesto, es decir, no se trata del signo lingüístico, del par significante significado. De hecho ese capítulo de Aún representa una despedida a Jakobson, una despedida a lo que fue la lingüística como trampolín para impulsar el psicoanálisis a un más allá de Freud, pero que ya mostraba su insuficiencia para alcanzar lo real. Es un adiós al significante y una bienvenida al signo pero no como representación, como ocurría con el significante, sino como lo que quiere decir algo para alguien.
El signo como gesto nos evoca el trabajo de Geogio Agamben “El autor como gesto” donde el gesto es modo de jugarse una vida, el gesto como apuesta. La vida se juega en los gestos, como una ética del acto, un ir escribiendo algo a través de los gestos, y no de los dichos. O en todo caso, de los dichos en tanto, despojados de su sentido, pueden ser signos.
Así, en el siglo 21, el signo no significa nada en sí mismo, no es representante de un significado, no es un significante ordenado por el Uno. Es una señal que toca al otro en el punto donde es sensible, si es que lo es, porque bien puede no tocar nada, y es causa de un afecto. Pero de inmediato este toque y ese afecto es recubierto, neutralizado, separado de su potencia por el sentido.
Es en las consecuencias afectivas que podemos verificar en qué medida se ha producido un encuentro.
El “toque”, touch, como dice facebook, “dale un toque a….” es ejemplar de cómo se tramita el lazo social en nuestro tiempo.
En el seminario “Aún” Lacan retoma el poema de Rimbaud para mostrar que el signo, que, ahora Lacan lo dice sin vueltas, es signo de amor, como siempre dijo que toda demanda es demanda de amor, el signo es indicativo de un cambio de discurso. Lacan pone todo el peso en el amor, ya que su esfuerzo es averiguar cómo es posible hacer lazo social si no existe la relación sexual, si no hay más que goce del Uno y si no hay modo de salirse del narcisismo, del goce del propio cuerpo. Y la respuesta que encuentra es que, si el sujeto está exiliado de la relación sexual, si el lenguaje ha desnaturalizado la experiencia humana, solo es posible el encuentro a nivel del los síntomas, y el amor toma allí el lugar del lazo.
El amor es signo, dice Lacan, de que se cambia de razón, es decir, de que se cambia de discurso. El discurso analítico, en tanto sería el único discurso que no es de semblante, es reducido ahí a un puro signo. Esto es algo muy indicativo respecto a la función del analista y de la interpretación en nuestro tiempo. El analista y su interpretación se reducen a un puro signo que permite y causa el cambio de discurso.
El signo, que toma también la dimensión de gesto (un golpe de tu dedo sobre el tambor, un paso tuyo), no es el sentido, no se trata de que eso discursee. Más parece que los discursos, esa razón que sigue al gesto, fueran el ropaje con el que queda envuelta una forma de gozar. Luego de un golpe de tu dedo en el tambor sigue un desencadenamiento, todos los sonidos, todas las armonías.
Ese primer golpe quedará olvidado en sus efectos y consecuencias. Pero, por un instante, el signo desnuda el goce de ese que lo porta, por un instante es posible que alguien capte, reciba, vibre con esa misma frecuencia. Entonces, si hay un signo de amor, puede ser, no necesariamente, pero puede ser que compartamos algo en el orden de nuestros síntomas, podemos hacer comunidad de goce con otro. Por ese instante el goce deja de ser autista, masturbatorio, idiota y podemos compartirlo. Lacan define así al amor: encuentro contingente de los síntomas.
Pero inmediatamente, pasado el instante, el discurso vuelve a ordenar las cosas, el discurso es siempre amo, domina, domestica, reprime.
El poema es claro en eso “un golpe de tu dedo sobre el tambor…”. Es decir el signo, que es solo un instante, fulgurante, contingente, da inicio a un nuevo discurso. Eso quedará olvidado en el devenir del discurso. Como dice Lacan lo que se dice queda olvidado en lo que se escucha. Pero no hay otra cosa, solo el signo de amor que permite que nos alcancemos uno al otro alguna vez.
Sin embargo, aunque se olvide, sus efectos continúan por ser de escritura.
Diamante que fulgura y te dice, te mira, te hace saber lo que siempre supiste.
Así explico yo lo que nos sucede. Touch, y luego el retorno a la vida. Luego del signo, la marca, y eso va haciendo una escritura, la serie de las marcas, que, como lo sagrado, queda fuera de uso, innombrable, indecible, pero que determina toda forma de discurso.
Pero leamos en detalle ¿porqué amor?¿qué significa el amor aquí?
La expresión “un nuevo amor” le permite a Lacan poner en valor el encuentro de su propia definición de amor. El amor es signo, en la medida en que se da al otro una muestra de un modo de goce, es decir, que el rasgo más singular de cada uno, lo que hace que cada sujeto sea alguien irrepetible, aparece como signos en los síntomas.
Lacan ha dado al síntoma un estatuto privilegiado quitándole su connotación patológica para destacar el carácter de rasgo primario de identificación. El síntoma es entonces, como lo ha destacado Miller insistentemente, el modo de gozar propio de una persona que no puede ser comparado con los demás, es su marca, su diferencia. Pero a la vez, puede ser que eso que hace gozar a alguien, haga signo para otro, que eso que es de la más absoluta singularidad pueda hacer una señal al otro y, por esa contingencia, se produzca un encuentro.
Es de ese modo como puede pensarse el nuevo amor: un signo que podría dar un toque en eso que está también en el otro y hará posible el desencadenamiento de todas las posibilidades.
Lacan entonces advierte el carácter puntual de este encuentro, no es algo que permanezca, que dure, por el contrario el signo, que hace posible el encuentro de los sujetos exiliados de la relación sexual, es fugaz.
De modo que cuando Lacan, tomando el poema de Rimbaud, propone que cada vez que hay un cambio de discurso surge el discurso analítico hace equivalentes el discurso analítico y el nuevo amor, al signo de amor.
El discurso analítico tiene que ser tomado entonces como un discurso destinado a subvertir el dominio de los discursos. Lo que surge cuando hay un cambio de discurso es el signo que permite captar, en el universo simbólico, una pincelada de lo real, el afecto, el goce, signo que puede ser captado de modo contingente por el otro.
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