Conferencia en la Feria del Libro de Córdoba 19/09/2012, EOL-Córdoba
José Vidal
El
psicoanálisis es una práctica que se ubica totalmente en el campo de la
palabra. Pero esa práctica no implica solo la escucha sino también la lectura,
razón por la que se hace pertinente nuestra presencia en la Feria del Libro
¿A qué
llamamos lectura? ¿Cuál es el momento óptimo de la lectura? ¿Cuándo están
realmente seguros de que leen?
Estas tres
preguntas que dan título a nuestra intervención aquí son formuladas por Lacan
en su seminario Las Psicosis, en donde se interroga sobre nuestra experiencia
del mundo, el modo como lo percibimos y la interpretación que hacemos de esa
percepción. Es algo que tiene importancia en la semiología
psiquiátrica, el cómo se distingue una experiencia real de una alucinación y cómo
es que debemos juzgar lo que alguien nos dice de ellas.
Aparentemente,
estaríamos seguros que leemos cuando tenemos la impresión de la lectura, dice
Lacan. Pero esa experiencia subjetiva de captación de lo escrito no es algo que
siempre se corresponde con una auténtica lectura.
Lacan nos da
tres ejemplos de falsa lectura
En primer
lugar, en los sueños. Podemos tener la impresión muy vívida de lectura sin que
esto implique que estemos leyendo nada.
En una
ocasión James Joyce pregunta a un amigo, “Has soñado que lees”, “si, muchas
veces” responde el otro “¿Y a qué velocidad lees en tus sueños?”
Esta referencia
a la velocidad muestra lo imposible que se pone en juego en esa percepción
onírica de la lectura si se pone en paralelo con la lectura real. Es decir,
muestra la dimensión absolutamente subjetiva de la experiencia de leer.
La sensación
de leer también puede ocurrir a nivel alucinatorio, en la psicosis o bajo el
efecto de determinadas drogas.
En segundo
lugar, Lacan nos pone como ejemplo que no es seguro que el que aparenta leer
lea, la simulación de la lectura, algo que es muy común de hallar en la vida
cotidiana y también en la experiencia clínica.
Lacan pone
el caso de alguien que no conoce la lengua en la que algo está escrito pero se
hace el que lee para no quedar mal ante su círculo y, sin saberlo, pone el
texto de cabeza. Es lo que haríamos nosotros con un texto chino o árabe.
Pero algo
muy frecuente en nuestra clínica es esta simulación de la lectura en los
estudiantes, que montan la escena de la lectura pero no captan nada de lo que
está escrito. Y esto que a veces es voluntario puede adquirir el carácter de un
síntoma severo. Horas con la vista frente al libro sin que nada pase a la
conciencia del sujeto. Y mientras el sujeto más se empeña en leer menos lo
logra.
Es evidente
que la escena de la lectura, aunque el lector esté solo, está montada para un
Otro que lo mira leer, que lo mira sacrificarse diría, desde el inconsciente.
También, y
esto ha sido muy explotado por el cine, está el que simula leer para poder
espiar a otros, sea mirando por encima del borde del diario que finge leer o
espiando con las orejas la conversación de los otros mientras su vista está
clavada en el texto.
La escena de
la lectura como fingimiento tanto el que finge estudiar como el que espía puede
ser vista desde una perspectiva política. Ambos casos permiten al sujeto estar
en un estado de excepción, está exceptuado de la responsabilidad de lazo con el
otro, en una dimensión solitaria que, hay que notar esto, es bastante respetada
a nivel social. El escondite del fisgón se apoya en el consenso que damos a que
el lector está en otro mundo, apartado de la realidad, inmerso en una
experiencia íntima que excluye a los demás. Y los demás suponen que puede
hablar tranquilos porque acreditan que la escena de la lectura aparta al lector
de la realidad, es como si estuviera dormido, y el lector es respetado en su
posición como se cuida el sueño del que duerme. De hecho hay también los que
simulan dormir para escuchar conversaciones de otros.
Ricardo
Piglia en “El último lector” nos da muchos hermosos ejemplos de este apartarse
del mundo del que lee.
Entonces hay una escena de la lectura que
tiene toda su importancia, que se sostiene más allá de la lectura en sí, se
sostiene a nivel social. Aunque el estudiante esté solo, la escena es montada
para el Otro.
En la
primera escena de Hamlet, lo obra de Shakespeare, éste entra leyendo un libro.
Más tarde, cuando le preguntan qué es lo que lee, responde “palabras, palabras,
palabras”. Con lo que se revela que la importancia del gesto de la lectura iba
más allá de los contenidos del texto, era en sí misma un decir a los demás que
él, Hamlet, respecto a la corte de incultos a la que acaba de ingresar, está
aparte, está en una posición distinguida, auto excluido.
Esta
simulación de la lectura se puede mirar también desde la vida de las instituciones
en las que está en juego algún saber, en la de la formación de los analistas,
por ejemplo, pero que se puede encontrar en otros ámbitos de estudio. Se puede
imaginar alguien que simula leer, pero en verdad solo hace un gesto para estar
en sintonía, y espiar los movimientos del los demás, escuchar lo que los demás
dicen.
Finalmente
Lacan se detiene en el que sabe de memoria el texto y, por lo tanto, hace
también un simulacro de lectura. Lee, pero sin leer. El texto no puede
aportarle nada nuevo porque es mera repetición de lo ya sabido.
El que se
sabe de memoria las obras de Freud, o las de Lacan o Miller y cuando parece que
lee lo que en verdad hace es ratificar lo que ya sabe de memoria. Por supuesto,
no se trata de saber de memoria en el sentido de poder recitarlo todo, sino de
una posición respecto al saber que implica un cerrarse en lo que, como ya se
supone sabido, no admite ningún aporte nuevo. Es poner los textos en el museo y
repetirlos como si fuera un rezo y así impedir lo que puedan tener de
novedosos.
Nos
encontramos entonces con una crítica muy fuerte de Lacan al modo en que se lee
en psicoanálisis (y al modo en que se lee en general) justamente por él que es
alguien que se caracterizó realmente por ser un lector a la letra, un lector
del detalle que le permitió obtener consecuencias sorprendentes de los textos
de Freud que, leídos así, a la letra, en lo que en su momento llamó volver a
Freud, que implica volver a leer, y no de memoria, es alcanzar algo que está entrelíneas,
algo que está en el texto pero no en el sentido del texto.
Es claro que
estos ejemplos, además de ilustrar que la lectura puede ser interrogada como
modo de percibir algo, cuestiona nuestro modo de posicionarnos frente a lo
escrito, es tomar lo escrito como una función que no es idéntica al hecho de
hablar.
Nuestra
formación, sea como analistas o en cualquier disciplina, no puede contentarse
con el sentimiento de la lectura, ni con la simulación escénica de la lectura
ni con la repetición de lo que ya sabemos de memoria.
Yo entiendo
que la indicación de Lacan es que haya una verdadera lectura.
Ahora bien,
¿en qué consistiría una verdadera lectura? Es claro que no basta con la aparente
comprensión de un texto, el guiño que permite estar en la misma parroquia, como
una contraseña que garantiza la perpetuidad de Lo mismo.
Es evidente
que acá estamos aceptando el desafío de Lacan de obtener de la lectura algo
nuevo, algo distinto, que del texto surja algo que no está a simple vista, que
no se reduce al sentido inmediato. Es, en última instancia, el sentido que
tiene la crítica, sea la crítica literaria, cinematográfica o de cualquier
orden, hacer surgir del texto algo nuevo.
Lacan
menciona la disciplina del comentario en la “Respuesta al comentario de Jean
Hypolite…”, como un modo de lectura, cuando un texto es rico en
significaciones, que consiste en hacerle responder a las preguntas que nos
plantea tratándolo “como una palabra verdadera”, es decir, tratar de alcanzar la
enunciación, el “desde dónde” algo es dicho, desde qué posición algo es dicho.
Esta indicación de Lacan para trabajar un texto
puede hacerse extensiva a un psicoanálisis, y esto es algo que Miller toma en
“Sutilezas analíticas”, ya que ese
“desde donde” podemos igualmente exigírselo al texto que se construye con los
dichos del sujeto en análisis. Podemos plantearnos, si tomamos sus dichos como
un texto, si lo tomamos la letra, en su
literalidad, esa pregunta, desde dónde, cual es el movimiento al que ese texto
obedece.
Miller nos
llama la atención sobre este problema, el problema del saber, de lo que
suponemos que el sujeto quiere decir y no dice, el problema de “lo que eso
quiere decir” que descuenta que los dichos de un sujeto siempre quieren decir
otra cosa, es la cuestión del saber inconsciente, lo que aparece como un saber
que no se sabe y que se destila de los dichos de un sujeto.
La
disciplina del comentario que propone Lacan, en cambio, apunta a tomar ese
texto en su literalidad, como vehículo de ciertos principios, de cierta
enunciación, que no se trata tanto de un saber sino de un punto desde donde eso
es dicho.
Eric
Laurent, en su conferencia en la facultad de psicología de la UBA, (2011) dijo
que los cambios que se avecinan en el
mundo a partir de la increencia en el padre, aún cuando no sabemos cuáles son
esos cambios, necesitarán del “comentario analítico”
“Hace falta
una mirada, dice, para ordenar lo que se lee,… se necesita un punto desde el
que se puede ordenar la cosa, se necesita un deseo encarnado para hacer la
descripción de este mundo”
“Este punto que permite leer en un
psicoanálisis el inconsciente no es establecido sin la puesta en función de un
deseo. En el inconsciente, el ste amo es disperso, no permite el lazo social,
es articulado al inconsciente pero necesita de un deseo que ordena”. Eso es
algo que Miller llama lo amorfo, y que toma forma en los dichos del sujeto en
análisis ordenados por el deseo del analista. De modo que podemos decir que eso
que se lee no estaba escrito, eso amorfo se escribe en el momento de su
lectura.,
Recientemente,
Miller, en su escrito “leer un síntoma”, nos plantea lo que les decía al
comienzo, que el pscoanálisis no es solo escuchar sino también de saber leer.
Una cuestión que Miller pone como solidaria a lo que acostubramos llamar el
bien decir. El bien decir es una figura de la retórica que Lacan trae para
situar la verdad de nuestro deseo a nivel del inconsciente y para mostrar cómo habitualmente
somos cobardes respecto a nuestro deseo, cómo nos acostumbramos a hablar en el
discurso corriente, en el hablar vacío de lo que dicen todos y desconocemos aquello
que es nuestro deseo más íntimo, más auténtico. Lacan plantea que la tristeza,
lo que muchas veces se llama depresión, no es más que el pecado de no alcanzar
eso que sabemos a nivel del inconsciente, el no querer saber de eso que de
todas maneras sabemos. El bien decir, que Lacan menciona en Televisión, es el
deber, lo dice así, un deber ético, de reconocerse en el inconsciente.
Y Miller
dice que esto, el bien decir, es muy importante, pero que es solo la mitad de
la cuestión, que se trata de bien decir, pero también de saber leer.
¿Qué significa
saber leer?
Es
justamente el problema que surge del sentido de lo que decirnos, del palabrerío
del discurso que viene a ocultar eso que es nuestro bien decir y que solo puede
reconocerse en aquellas marcas que el lenguaje a dejado a nivel del cuerpo, es
decir, en nuestro síntoma.
“En el campo
del lenguaje el psicoanálisis toma su punto de partida en la función de la
palabra, sin duda, pero para referirlo a una escritura” dice Miller
Esa
escritura es la que surge del encuentro con entre la palabra y el cuerpo, que
es en definitiva, toda la cuestión del psicoanálisis, cómo es que la palabra ha
impactado en el cuerpo- Y ese impacto surge de un acontecimiento, un
acontecimiento que es siempre singular, que no pueden compartir las personas,
que es de cada uno. La palabra que nos dijo una maestra, la mirada severa de
nuestra madre, la sorpresa que nos dio un hermano, las experiencias sexuales de
la infancia, hechos que, al articularse a un significante, a acoplarse a las
palabras se trasforma en un acontecimiento que deja en el cuerpo una
sensibilidad, un punto donde, a partir de ese momento habrá una resonancia cada
vez que volvamos a cruzarnos con eso.
Pero esto no
es un orden de sentido, el sentido, la articulación de un discurso, no hace más
que ocultar eso que se escribe. Esa resonancia la reconocemos en los síntomas
más que en el entendimiento.
De modo que
en el psicoanálisis, y acá nos encontramos con la lectura, se trata de leer
esas marcas que surgen del acontecimiento, pero como letras, letras por fuera
del sentido, como las letras que se usan en el álgebra, en las matemáticas. Se
trata de una reducción del sentido, que es para todos, a una letra que solo puede
ser reconocida en una lectura singular.
Pero, y esto
es algo que me parece importante, la lectura de esas marcas no es muy diferente
a su escritura-
Es como si
la escritura y la lectura fueran dos momentos lógicos de un mismo movimiento,
por lo tanto, digo yo, si hay escritura habrá lectura
Miller nos
plantea que el bien decir y el saber leer están inicialmente del lado del
analista y que se trata, a lo largo de un análisis, de hacer pasar eso al lado
del analizante, que en la experiencia el analizante sepa leer. Esto no puede
entenderse más que comprendiendo que es necesario que él pueda hacer una
escritura, que él encuentre las letras de las que se trata, que escriba, para
poder leer en eso que es su más íntima experiencia.
Hace poco me
detuve en el texto de Agamben “el autor como gesto”, donde él plantea que la
escritura es un gesto que solo alcanza su culminación cuando el propio escritor
se torna lector de lo que escribió. Identidad de la escritura y la lectura
El lugar, o sobre todo, el tener lugar, del poema, dice Agamben, no está por ende en el texto ni en el autor (o el lector): está en el
gesto en el cual el autor y el lector se ponen en juego en el texto y a la vez
infinitamente se retraen
El texto
entonces se reduce al puro signo que es el gesto, sin sentido, sin predicado,
puro gesto en el que se juega una vida y que podemos, con Lacan, reducirlo a
letra, como en las matemáticas
Así
arribamos a que leer, hacerlo auténtimamente, y propuesto esto como opción
política en oposición a los simulacros de lectura que proliferan en las
instituciones, es encontrar en el texto las marcas que vehiculizan un deseo. No
se trata solo de leer el sentido sino el deseo que está en juego, y el modo en
que en ese escrito se juega la vida de alguien.
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