José Vidal
Clase del Seminario Anual del CIEC “Lo imposible de gobernar: la formación del analista” del 06/06/12
Para
acercarnos a nuestro tema, lo imposible de gobernar, la formación del analista,
comenzaré refiriéndome a la novela policial, esa forma ficcional a la que Lacan
acude para examinar las relaciones entre las pasiones de los sujetos y el
poder.
Cuando
tuvimos que encarar la cuestión del análisis, en lo que tiene de singular, y su
relación al gobierno de las instituciones analíticas que es, en definitiva, a
lo que alude el título de nuestro seminario, se me presentó de inmediato el
problema sobre la diferencia que hay entre la práctica del psicoanálisis, entre
lo que llamamos la dirección de la cura fundada en el discurso analítico y el
gobierno de las instituciones analíticas a las que los analizantes se dirigen
en busca de formación esperando que sean instituciones diferentes a las otras,
que sean instituciones que también estén orientadas por el discurso analítico.
El problema que
se presenta ahí es cómo, si tomamos en serio lo que el psicoanálisis es, cómo
gobernar las instituciones analíticas desde un discurso que no sea de
semblante, es así como lo designa en el seminario 18, es decir, cómo gobernar
desde el discurso analítico definido por Lacan como un discurso desde el que no
hay dominio, donde el poder que se le otorga obtiene su eficacia a partir de no
ejercerlo, a riesgo de caer en las prácticas psicoterapéuticas sugestivas que
el propio psicoanálisis rechaza desde su fundamento.
El problema,
y es un problema con el que Lacan se tropezó desde el comienzo, es cómo hacer
de las instituciones analíticas y su gobierno un espacio en el que no predomine
la identificación al líder, donde el lazo asociativo no sea el de ideales
aplastantes o modos de goce homogeneizados, todas características del lo que
llamamos el discurso del amo o su variante universitaria que reduce al otro al
lugar del estudiante, del idiota y que fueron planteadas de manera ejemplar por
Gabriela Dargenton en la última clase del seminario.
Problemas
que Lacan tomó de George Bataille, y que encontramos en Maurice Blanchot en “La
comunidad inconfesable”, el cómo hacer comunidad cuando se parte de aquello que
no hace lazo, de la singularidad del goce de cada uno. Porque lo natural, lo
que surge espontáneamente cuando se crean instituciones es el discurso del amo,
el ejercicio del poder, de modo que hacer instituciones analíticas es por
definición una suerte de contrasentido.
Lacan para
pensar esto apela a la deconstrucción del discurso del amo. Porque si se trata
del dominio, de una relación en la que se ejerce un poder, es posible pensar
una dimensión que sería su reverso, una dimensión en la que existiera un lazo
que no esté fundado en el poder y entonces tenemos la pregunta ¿si no se funda
en el poder en qué se funda?
Lacan pone
en primer lugar de sus Escritos un texto que piensa la cuestión del poder y me
pareció útil retomarlo como antecedente de lo que llamará luego el discurso del
amo y la relación del analista con éste, el Seminario de la Carta robada.
Es curioso
que un analista tome una novela policial para organizar su enseñanza. Porque
eso es La carta robada, un policial. Lacan lo trabaja descomponiendo el cuento
en sus partes, en escenas muy precisas, tal cual nos enseñó Freud a analizar
los sueños, primero, descomponerlo en sus partes, para luego examinar su
estructura íntima.
La carta
robada es un cuento de Edgar Alan Poe que, junto a “Los Crímenes de La Calle
Morgue” y “El enigma de Marie Roget”, es considerado el punto de nacimiento del
género policial en literatura, los tres escritos entre los años 1841 y 1843.
Roger
Callois, del que Lacan hace algunas referencias en sus escritos, estuvo durante
un tiempo en Argentina, por causa de la guerra, y publicó un libro sobre el
género de la novela policial tratando de situar sus orígenes en escrituras muy
antiguas, Las mil y una noches, por ejemplo, o en algunas tragedias griegas, donde
el enigma y el suspenso ya se pueden encontrar. Pero Jorge Luis Borges refuta a
Callois. Sabemos que el policial apasionó siempre a Borges y está en los
comienzos de su obra, de hecho dirigió la célebre colección “El séptimo círculo”,
una de las más importantes en la historia del género policial. Borges refuta a
Callois alegando que es en Poe donde hay que situar el origen del género
policial y es preciso hacerlo porque es en Poe donde encontramos el invento de
la figura que hará diferente el género a todos los demás, la figura del
detective privado. El detective es el verdadero factor central y revolucionario
de la literatura y permite ingresar a lo que propiamente se puede llamar
literatura moderna. Digamos de paso que para Borges, con Poe nace el género y
muere, porque luego nadie aportó nada nuevo respecto al policial, al menos
hasta Rodolfo Walsh y Truman Capote con el no-fiction.
Para Piglia[i] esa
figura del detective es central porque es un personaje que se sitúa por fuera
de las instituciones.
El estado, como
forma conspicua del poder, dice Piglia[ii], es una
forma narrativa. El estado para sostenerse y para sostener el orden imperante
de las cosas tiene que construir formas narrativas, ficciones, que permitan la
creencia del conjunto de los ciudadanos en esas ficciones y es con eso que se
sostiene. Es decir, cuando hablamos de gobierno decimos que hay la construcción
de un discurso que toma la forma de una ficción.
Piglia nos
acerca una cita del poeta Paul Valery muy próxima a nuestras reflexiones “"Una sociedad asciende desde la brutalidad hasta el orden. Como la
barbarie es la era del hecho, es necesario que la era del orden sea el imperio
de las ficciones, pues no hay poder capaz de fundar el orden por la sola
represión de los cuerpos por los cuerpos. Se necesitan fuerzas ficticias"
La cita, sin duda, nos resuena fuertemente. No hay poder capaz de fundar
el orden por la sola represión de los cuerpos. Lo que se impone son fuerzas
ficticias, relatos, dice Piglia, formas narrativas. Discursos diremos nosotros. Por eso nos resulta complicado
conciliar esta idea de gobierno con lo que son nuestras instituciones porque esperamos que en ellas se vaya
construyendo un saber en torno a un real, de un punto de vacío donde no haya
una figura narrativa. Esto se complica, digo, porque eso mismo, el decir que
hay un agujero en torno al cual se ordenen las cosas, es también una narración.
Desde el momento mismo en que lo enunciamos y predicamos sobre sus virtudes,
sobre la contingencia, sobre la singularidad, y todas las cualidades del
no-grupo, estamos estableciendo un discurso
que, como tal, desde que está hecho de palabras, da sentido y permite la
identificación y es una fuerza ficticia, un semblante.
Volvamos a la figura del detective. Nos resulta apasionante en lo que
tiene de común con el analista, porque se sitúa en una posición interrogativa
respecto a las fuerzas del Estado. Y el caso de Dupin, el detective creado por
Poe, es en ese sentido un caso bien notable.
De algún modo, el detective viene a denunciar esas fuerzas ficticias del
Estado, a decir que están hechas de hipocresía y corrupción, que los semblantes
en los que se edifica el poder y el amo son modos de cubrir un goce siniestro, es
decir, el detective se propone como un contra-relato respecto al relato
oficial.
Y para desplegar ese contra- relato es necesario que él esté por fuera
de ese orden, en una posición de extraterritorialidad. El detective, respecto a
la policía, que es el Estado, denuncia su necedad y su complicidad con los
poderosos en contra del pueblo. El detective, como figura romántica, no es un policía
sino que está más cerca del pueblo, de los delincuentes incluso, pero sin serlo.
Eso, esta extraterritorialidad, es lo que permite asociar la figura del
detective, como lo hace Lacan, con la del analista. Respecto al discurso del
amo provoca una subversión, una deconstrucción de sus elementos de estructura y
hace posible una modificación en el curso de las cosas. El detective se sitúa
por fuera de las instituciones, esa es la dimensión de lo privado, del
detective privado, porque respecto al orden se sitúa como independiente,
incluso de la institución del matrimonio. El detective es siempre célibe, es
libre de los compromisos de la familia, del matrimonio, del estado y por eso es
la figura crítica, es una mirada desde fuera.
Entonces, vemos cómo Lacan recurre a la novela policial, para interrogar
lo que es la trama del poder, la trama en la que los sujetos se mueven y el
modo en que esa trama discursiva los determina.
La Carta Robada
“La carta robada” se presta perfectamente para esto porque está
ambientada en la corte de la monarquía restaurada, donde el respeto al rey no
es algo tan vigoroso como antes, es decir, hay los semblantes pero ya no se
cree en ellos. Con este detalle Lacan ya puede hacernos ver el marco en el que
quiere que situemos las cosas que son las consecuencias de la caída de los
significantes amo, que son la descreencia y el irrespeto.
Y como ustedes ya sabrán, comienza con la escena en la que la reina es
sorprendida, leyendo una carta privada, por la entrada del rey y su ministro.
Ella deja la carta a la vista, para que no se note su turbación y,
efectivamente, el rey no ve nada.
Esa posición, la del rey, la de no ver nada, es la del sujeto, el S/, la
verdad del amo, el que no quiere saber. Como dice Lacan, el saber es la ruina
del amo. Por eso la ciencia acabó con los amos. De todas formas no nos pasa
inadvertido que, aunque tonto, el rey gobierna igual. Los que se creen vivos muy
frecuentemente olvidan esto, que el amo gobierna justamente desde su necedad.
Esta posición es la que luego tendrá la policía en el cuento.
Pero el ministro, que es un jugador, un hombre de acción, un hombre de
vista de lince, no se pierde nada de la escena, y, con disimulo, sustituye la
carta por otra similar.
La reina, que ha visto los movimientos del ministro todo el tiempo, no
puede hacer nada para evitarlo.
Lo que sigue es todo un movimiento político. La reina envía a la policía
a que revise la casa del ministro, su despacho, su cama, todo, y eso ocurre
durante mucho tiempo. Es decir, el ministro tiene algo que le da poder, poder
de chantajear, poder de presionar. El puede pedir que nombren a este acá, a
este otro allá, que saquen de ese lugar al que le molesta, acomodar a los
suyos, pedir un aumento, etc.
La reina, por su lado, tiene el poder de la policía, el poder del Estado
de su lado, pero solo precariamente, porque, como su situación es comprometida,
si el ministro muestra la carta, ese poder se puede ir a pique en cualquier
momento.
Es decir, se trata de semblantes, como dirá mucho después Lacan.
Pero el ministro no hace nada de eso que podría haber hecho, solo espera,
solo retiene la carta y en torno a esto gira toda la elaboración de Lacan. Es
un poder que no se ejerce, algo en suspenso, la carta en suffrance.
Como la policía no consigue recuperarla, recurren a Dupin quien va con
una excusa a ver al ministro y, también con vista de lince, detecta la carta
que estaba bien a la vista, pero en otro sobre. Organiza otra escena y
sustituye la carta por otra, sin que el ministro lo note.
En esa carta deja escritos unos versos Un dessin si funeste, si n’est
pas digne d’Atree, c’est digne de Tieste.
El detalle en el que se detiene Lacan es que la forma en que la carta fue
disimulada por el ministro es muy particular. La carta fue puesta en un sobre
pero escrito con letra de mujer y ha sido enviada por el ministro a sí mismo.
Enmascarada así, la policía no puede reconocerla.
Lacan observa que este es un punto en el que la posición subjetiva del
ministro se ha visto transformada por la tenencia de la carta. Esa es la fórmula
central de Lacan, el que detenta la carta, el que la detiene, experimenta una
transformación subjetiva.
El ministro no ejerce un chantaje, no pide cargos, nada, sino que
permanece en una espera, quieto, gozando de esa posición, y al escribirse a sí
mismo la carta, y haciéndose pasar en ese acto por una mujer puede verse que
está en una posición femenina, identificado a la posición de la reina.
La posición del detective Dupin, que está del lado de la acción, es la
del que puede ver, como fue al principio el ministro, el modo en que las cosas
funcionan, puede descubrir la verdad, porque puede reconocer de inmediato esa
pasión, ese goce feminizado por parte del ministro que es lo que lo pierde.
La pasión amorosa
Lo difícil de entender, y esto no es algo que me ocurra solo a mí sino
que los muchos comentadores del texto de Lacan vacilan en este punto, es qué
quiere decir Lacan con que la letra feminiza. Pero ya podemos ver
que hay una idea de lo que es lo femenino, al menos en un primer momento, que
surge de oponer la acción, el hombre de acción, un homme qui n’a pas froid dans
les yeux, a la detención del movimiento, a la inmovilidad del goce puesto del
lado femenino. Como si lo femenino fuera equivalente acá a la pasivisación.
Puede ser, porqué no, lo hace Freud.
Pero luego, si examinamos esto con detenimiento, vemos que acá la
feminización, y este es el asunto que nos interesa respecto a nuestra pregunta
inicial, tiene que ver con el amor, con la posición de amante, no tanto con la
pasividad sino con el amor, que es la de la reina y que es la que envidia el
ministro como se manifiesta en el envío de una carta de amor.
Estos
significantes no pueden resultarnos ajenos en la evolución que han tenido en la
enseñanza de Lacan. La carta de amor, una carta de almor, como lo escribirá en
el seminario 20 es lo que viene como suplencia de la relación sexual que no
hay. De modo que hay que ver acá que el movimiento del que se trata es un
desplazamiento del poder al amor.
Esa es la
manera como Lacan feminiza la letra y también al analista. Punto de
coincidencia con Roland Barthes cuando afirma que el amor feminiza.
Y es el
punto en el que yo quería poner el acento porque, como decíamos al comienzo, el
problema es cómo se gobernaría en nombre del discurso analítico, en nombre de
un discurso que no ejerza el poder. Y justamente la cuestión del amor es lo que
el psicoanálisis pone en el lugar del agente, el objeto a, pero en relación a
un lazo que es la transferencia, el amor de transferencia, de donde se espera
que surja algún tipo de novedad. Esa es la expresión que usa Lacan en
Televisión, una novedad en el amor y que Miller destaca como un nuevo amor. Sobre lo que me detendré
en la próxima vez.
Respecto a esta feminización Dupin, por un momento, quedará en la misma
posición, quedará en la posición de ser el que detiene la carta hacia su
destino. Solo puede salir de eso en el momento en que cobra por su trabajo, en
el momento en que le pide a la policía un resarcimiento por su tarea. Es equivalente
a la posición del analista cuando sale de la trampa transferencial con el cobro
de sus honorarios.
Pero no lo hace sin dejar algo de su goce en juego. En la nota que le
deja al ministro escribe esos versos que significan que al final, cuando quiera
hacer valer la carta, cuando finalmente diga aquí está la prueba, se verá que
no era nada y la catástrofe caerá sobre él.
Es decir, lo que dicen los versos, es que el destino del que quiere
retener la letra es comerse sus propios hijos, como ocurre con la tragedia de
Tieste, y que Lacan traduce por el ¡Cómete tu dasein! Donde abusa de la
expresión existencial de Heidegger, haciendo cómete tu ser ahí en el mundo
Es un modo de decir que la consecuencia del goce retorna sobre el sujeto
de un modo fatal.
Pero, a la
vez, no podemos dejar de ver que la historia de Atreo y Tieste es una historia
donde el poder se descompone por causa del amor y la infidelidad. Se trata de
dos hermanos que se disputan el poder de un reino pero siempre sobre el
trasfondo de la infidelidad de la esposa de Atreo con Tieste. Sobre el final,
con un engaño, Atreo hace que Tieste se coma sus hijos en un banquete. De
alguna manera hay un eco entre esta historia y la que se le supone a la reina
en La Carta Robada, una historia de infidelidad en la que todo termina
trágicamente. Como si Dupin le dijera, si te dejas tentar por esto, por querer
convertirte en el amante de la reina, si te dejas tentar por el amor, si buscas
un camino que no sea el del poder, el de la política fundada en el poder del
falo, el final no puede ser otro que el estrago.
La carta, que tiene un movimiento, y que tiene un movimiento hacia su
destino, y este es un significante que insiste en Lacan, el destino, lo
escrito, si se extravía, comienza a producir efectos.
Los efectos de esa detención son los de la letra, los límites que el
semblante puede provocar en el límite entre el falo y lo real.
Hay un parecido de esto con lo que Germán García dice respecto al
dinero. El dinero es el que circula. El dinero que está en el colchón, el
dinero que está retenido en su movimiento de libre circulación, es decir, el
goce que no entra en la dinámica del deseo, es como si no existiera y provoca
una mortificación de aquel que detiene ese movimiento.
La carta robada, en tanto letra, permite ver que, como pasa con el
dinero, no se trata tanto del significado, la carta nunca es leída, nadie habla
del contenido de la carta, sino de lo que ella produce en su circulación, como
lettre, como letra, es decir, no como el significante que hace cadena, que
produce sentido, sino como puro signo, como un S1 separado de la cadena y que
provoca una transformación subjetiva según se la tenga o no.
Se pueden ver muchas equivalencias entre el lettre, el significante, el
falo, la verdad,según van evolucionando los conceptos en Lacan. En todos los
casos, se trata de algo que determina un tener y un no tener, y que es el
regulador de la escena. Pero también tenemos que ver en la perspectiva del
concepto que Lacan hará de la letra, un equivalente de la carta de amor, del
signo de amor que viene al lugar de la relación sexual que no hay y, en
defienitiva un equivalente al síntoma como rasgo singular que permite un
encuentro.
Para concluir diría que es ese pasaje que va del poder al amor, a lo que
Miller llama Un nuevo amor, el que tenemos que examinar para captar lo que
puede ser el gobierno en el psicoanálisis.
La próxima seguiré con el signo de amor
Si, mi idea es que el que la detiene, el que quiere quedarse en el poder, por ejemplo, y de esa manera impide el libre juego de la política, se feminiza en la medida en que comienza a querer ser amado.
ResponderEliminar