José Vidal
Lo simbólico, en el siglo veintiuno, más que nunca, es
sígnico.
Nuestro tiempo, que privilegia el goce, no permite fundar el
lazo social en los grandes relatos y
tradiciones que antes se prestaban para la identificación y la representación. Sin
embargo, se verifican nuevas formas de
vínculo entre los humanos y vemos que, a la vez que decaen los
significantes amo que parecían ser su garantía, surgen nuevas formas de
encuentro con el signo como su llave. Se hace signo, así como lo digo, con ese
“se hace” acéfalo, sin un sujeto que soporte, y eso que hace signo permite hacer
comunidad, compartir goce, anudar experiencias.
En el norte de África, en medio Oriente, en Europa, en las
tomas de nuestros colegios secundarios y hasta en Wall Street se sienten los
efectos de convocatorias novedosas que parecen estar comandadas por las nuevas
formas de comunicación, el sms, el chat, facebook, Twitter y todas ellas son
modos de hacer signo al otro. Donde perecen las ideologías surgen las señales,
los hashtag, que viajan en los
celulares.
Lacan, en su seminario Aún, al demostrar que a causa del
lenguaje no hay relación entre los sexos y en su esfuerzo por explicar cómo es
que se producen encuentros, toma el poema de
Arthur Rimbaud, A una razón,
para mostrar que el amor es signo de un cambio de discurso.
Razón, la palabra que está en el título del poema, en el diccionario, es el discurrir, las
palabras con que se expresa el discurso, el argumento con el que se pretende
demostrar algo, es decir, se trata del sentido, el palabrerío con el que
recubrimos el afecto que nos toma cada vez que nos topamos con lo real.
Si la experiencia humana es de lenguaje nunca deja de
sorprendernos que de ella no surjan significados sino afectos. Lo que resta de hablar
es el afecto, la angustia, el amor, el odio. Es el modo en que la palabra
produce consecuencias a nivel del cuerpo. Y la razón, el argumento, es la
respuesta de sentido cada vez que somos sorprendidos por un encuentro
contingente en esa dimensión del cuerpo y de los afectos.
A pesar del título, A
una razón, se refiere justamente a lo que no es del orden de la razón, al
amor como signo.
A una
razón
"Un
golpe de tu dedo sobre el tambor descarga todos los sonidos e
inicia la nueva armonía.
Un paso tuyo. Y el alzamiento de los hombres nuevos y su
caminar.
Tu cabeza se vuelve: ¡el nuevo amor! Tu cabeza gira, ¡ el nue-
vo amor!
'Cambia nuestros lotes, criba las plagas, empezando por el tiem-
po', te cantan esos niños. 'Eleva no importa adónde la sustancia
de nuestras fortunas y nuestros anhelos', te ruegan.
Llegada desde siempre, tú que irás por todas partes".
Arthur Rimbaud (Francia, 1854-1891)
inicia la nueva armonía.
Un paso tuyo. Y el alzamiento de los hombres nuevos y su
caminar.
Tu cabeza se vuelve: ¡el nuevo amor! Tu cabeza gira, ¡ el nue-
vo amor!
'Cambia nuestros lotes, criba las plagas, empezando por el tiem-
po', te cantan esos niños. 'Eleva no importa adónde la sustancia
de nuestras fortunas y nuestros anhelos', te ruegan.
Llegada desde siempre, tú que irás por todas partes".
Arthur Rimbaud (Francia, 1854-1891)
Lacan ya había echado mano a este poema años antes, en “El
acto analítico”, donde mostraba que el acto parte siempre no de una razón, sino
de un signo.
El signo es tomado aquí como gesto, es decir, no se trata
del signo lingüístico, del par significante significado. De hecho ese capítulo
de Aún representa una despedida a Jakobson, una despedida a lo que fue la lingüística
como trampolín para impulsar el psicoanálisis a un más allá de Freud, pero que
ya mostraba su insuficiencia para alcanzar lo real. Es un adiós al significante
y una bienvenida al signo pero no como representación, como ocurría con el
significante, sino como lo que quiere decir algo para alguien.
El signo como gesto nos evoca el trabajo de Geogio Agamben
“El autor como gesto” donde el gesto es modo de jugarse una vida, el gesto como
apuesta. La vida se juega en los gestos,
como una ética del acto, un ir escribiendo algo a través de los gestos, y no de
los dichos. O en todo caso, de los dichos en tanto, despojados de su sentido,
pueden ser signos.
Así, en el siglo 21, el signo no significa nada en sí mismo,
no es representante de un significado, no es un significante ordenado por el
Uno. Es una señal que toca al otro en el punto donde es sensible, si es que lo
es, porque bien puede no tocar nada, y es causa de un afecto. Pero de inmediato
este toque y ese afecto es recubierto, neutralizado, separado de su potencia
por el sentido.
Es en las consecuencias afectivas que podemos verificar en
qué medida se ha producido un encuentro.
El “toque”, touch, como dice facebook, “dale un
toque a….” es ejemplar de cómo se tramita el lazo social en nuestro tiempo.
En el seminario “Aún” Lacan retoma el poema de Rimbaud para mostrar
que el signo, que, ahora Lacan lo dice sin vueltas, es signo de amor, como
siempre dijo que toda demanda es demanda de amor, el signo es indicativo de un
cambio de discurso. Lacan pone todo el peso en el amor, ya que su esfuerzo es
averiguar cómo es posible hacer lazo social si no existe la relación sexual, si
no hay más que goce del Uno y si no hay modo de salirse del narcisismo, del
goce del propio cuerpo. Y la respuesta que encuentra es que, si el sujeto está
exiliado de la relación sexual, si el lenguaje ha desnaturalizado la
experiencia humana, solo es posible el encuentro a nivel del los síntomas, y el
amor toma allí el lugar del lazo.
El amor es signo,
dice Lacan, de que se cambia de razón, es decir, de que se cambia de discurso. El
discurso analítico, en tanto sería el único discurso que no es de semblante, es
reducido ahí a un puro signo. Esto es algo muy indicativo respecto a la función
del analista y de la interpretación en nuestro tiempo. El analista y su
interpretación se reducen a un puro signo que permite y causa el cambio de
discurso.
El signo, que toma también la dimensión de gesto (un
golpe de tu dedo sobre el tambor, un paso tuyo), no es el sentido, no se
trata de que eso discursee. Más parece que los discursos, esa razón que sigue
al gesto, fueran el ropaje con el que queda envuelta una forma de gozar. Luego
de un golpe de tu dedo en el tambor
sigue un desencadenamiento, todos los
sonidos, todas las armonías.
Ese primer golpe quedará olvidado en sus efectos y
consecuencias. Pero, por un instante, el signo desnuda el goce de ese que lo
porta, por un instante es posible que alguien capte, reciba, vibre con esa
misma frecuencia. Entonces, si hay un signo de amor, puede ser, no
necesariamente, pero puede ser que compartamos algo en el orden de nuestros
síntomas, podemos hacer comunidad de goce con otro. Por ese instante el goce
deja de ser autista, masturbatorio, idiota y podemos compartirlo. Lacan define
así al amor: encuentro contingente de los síntomas.
Pero inmediatamente, pasado el instante, el discurso vuelve
a ordenar las cosas, el discurso es siempre amo, domina, domestica, reprime.
El poema es claro en eso “un golpe de tu dedo sobre el
tambor…”. Es decir el signo, que es solo un instante, fulgurante, contingente,
da inicio a un nuevo discurso. Eso quedará olvidado en el devenir del discurso.
Como dice Lacan lo que se dice queda olvidado en lo que se escucha. Pero no hay
otra cosa, solo el signo de amor que permite que nos alcancemos uno al otro
alguna vez.
Sin embargo, aunque se olvide, sus efectos continúan por ser
de escritura.
Diamante que fulgura y te dice, te mira, te hace saber lo
que siempre supiste.
Así explico yo lo que nos sucede. Touch, y luego el retorno a
la vida. Luego del signo, la marca, y eso va haciendo una escritura, la serie
de las marcas, que, como lo sagrado, queda fuera de uso, innombrable,
indecible, pero que determina toda forma de discurso.
Pero leamos en detalle ¿porqué amor?¿qué significa el amor
aquí?
La expresión “un nuevo amor” le permite a Lacan poner en
valor el encuentro de su propia definición de amor. El amor es signo, en la
medida en que se da al otro una muestra de un modo de goce, es decir, que el
rasgo más singular de cada uno, lo que hace que cada sujeto sea alguien
irrepetible, aparece como signos en los síntomas.
Lacan ha dado al
síntoma un estatuto privilegiado quitándole su connotación patológica para
destacar el carácter de rasgo primario de identificación. El síntoma es entonces,
como lo ha destacado Miller insistentemente, el modo de gozar propio de una
persona que no puede ser comparado con los demás, es su marca, su diferencia.
Pero a la vez, puede ser que eso que hace gozar a alguien, haga signo para
otro, que eso que es de la más absoluta singularidad pueda hacer una señal al
otro y, por esa contingencia, se produzca un encuentro.
Es de ese modo como puede pensarse el nuevo amor: un signo
que podría dar un toque en eso que está también en el otro y hará posible el
desencadenamiento de todas las posibilidades.
Lacan entonces advierte el carácter puntual de este
encuentro, no es algo que permanezca, que dure, por el contrario el signo, que
hace posible el encuentro de los sujetos exiliados de la relación sexual, es
fugaz.
De modo que cuando Lacan, tomando el poema de Rimbaud,
propone que cada vez que hay un cambio de discurso surge el discurso analítico
hace equivalentes el discurso analítico y el nuevo amor, al signo de amor. El
discurso analítico tiene que ser tomado entonces como un discurso destinado a
subvertir el dominio de los discursos. Lo que surge cuando hay un cambio de
discurso es el signo que permite captar, en el universo simbólico, una
pincelada de lo real, el afecto, el goce, signo que puede ser captado de modo
contingente por el otro.
Un nuevo amor, como lo ha dicho Mercedes de Francisco, es
casi lo contrario a un amor nuevo, a un nuevo personaje repetido en la escena
fantasmática. El nuevo amor lacaniano es lo que se hace posible luego de haber
identificado esa forma singular de gozar, esas marcas de escritura que han quedado en el cuerpo por la experiencia del
significante, permite en ese lugar la invención de un nuevo uso para ese
síntoma. La disposición de ese rasgo para el encuentro con el otro permite al
sujeto reconocer también en los demás sus propios rasgos, soportarlos mejor y
tal vez, algún encuentro inédito.
Seria o amor o nó que amarra os 3 registros?
ResponderEliminarNão há relação sexual e sim encontro amoroso, por mais efêmero que seja...um novo amor e não um amor novo Esse é um dos artigos que eu gostaria de ter escrito, genial!!Parabéns pela clareza densidade!
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