Nunca más claro que en estos días el aforismo de Lacan “El inconsciente es la política”. Un discurso
hegemónico en la Argentina determina las conductas y cada uno lucha en su
interior para encontrar claridad. Y eso se hizo patente en las últimas
elecciones que desembocaron en el balotaje.
Lo que Lacan llama
discurso capitalista se caracteriza por un doble movimiento. Por un lado,
el empuje al consumo, que se funda en el derecho a gozar de un objeto que le promete
al sujeto taponar la falla inicial, obturar la castración. La angustia, signo esencial
de la existencia, es cancelada por la sensualidad de esa incorporación de goce.
Como todos saben, ese momento es fugaz, enseguida el consumo
pide más en una seducción sin pausa y el ciclo se renueva. La técnica procura
más y nuevos elementos al mercado para alimentar esa hambre. Por eso es que se
puede hacer de la toxicomanía y el narcotráfico un paradigma de nuestro tiempo.
Pero hay un otro movimiento, simultáneo y solidario con el
anterior: el de rechazar las referencias que le hubieran dado un sentido
histórico. El individuo, entronizado, siente la voluptuosidad de repudiar su herencia
simbólica, borrar las marcas de lo precedente e imaginarse un self made man,
alguien que no le debe nada a nadie salvo a su propio genio, a su propio
trabajo, a su propio esfuerzo. Rechazar su verdad le permite un momento de
gloria tan perecedero como el consumo, pero no por eso menos embriagante.
En Norteamérica, por ejemplo, la idea de haber dejado atrás
a los padres, haber bajado del May Flower y haberse hecho la América, crea esa ilusión propia del sueño americano, hacer fortuna desde la nada. En el horizonte, la
tierra prometida, atrás nada. El sujeto, cada uno, se piensa sin tradición,
autopropulsado hacia el goce.
En nuestro país las cosas no son tan así. Pero la prédica neoliberal tiene, también acá, efectos importantes. El aparato
mediático a su servicio ha logrado, de modo sorprendente, la cohesión de una
masa importante de gente al identificar un enemigo en aquel que recibe un
subsidio, un plan, una jubilación excepcional, etc. Proponen la idea de que El vago, vive sin trabajar y a costillas
del Estado, es decir, de todos nosotros, y no paga los costos como uno que se
gana lo que tiene trabajando. Es como el cuento de la hormiga y la cigarra. Las
mujeres se quedan embarazadas para vivir de la Asignación Universal por Hijo,
los empleados públicos son parásitos y cosas así. El sujeto montado en el
discurso capitalista piensa que él, a diferencia de El vago, si tiene una moto o una casa, poco importa qué, se lo ha
ganado por sí mismo, con su trabajo, rechaza todo lo que sería el componente
común, social, del progreso individual. Pretende ignorar que ese confort, si lo
tiene, no se sostiene sin los demás. Ese es el instante de gloria para el
individuo que se imagina solo, porque puede despreciar al pobre, al vago, al
subsidiado, al negro. El carácter segregativo de esto es evidente. El sujeto
identificado al sujeto capitalista repudia en ese movimiento lo que él mismo ha
sido, lo que le viene del Otro, se sonríe y se lanza hacia el objeto del
mercado que le permite olvidar brevemente la verdad de su origen y de su ser.
Es evidente que para encarnar esta posición es necesario
tener cierta relación a los bienes. Por lo que el crecimiento del discurso
neoliberal es la consecuencia lógica del aumento del estado de bienestar en el
conjunto de la sociedad que se produjo durante el kirchnerismo. El que tiene un
trabajo, un taxi, un pequeño negocio, puede decir que se lo ha ganado y pensar
que tiene derecho a más. De ese modo, se podría discutir si el kirchnerismo,
que avanzó en las políticas sociales de inclusión, no se quedó corto en lo que
sería nuestra revolución cultural, la
que permitiría hacer un corte respecto a la lógica intrínseca del discurso
capitalista.
Sin embargo, hay que decir también que, frente al balotaje en
Argentina, frente al peligro de que pueden regresar con los neoliberales las
políticas de ajuste que ya se vivieron acá y que hacen estragos en muchas
partes del mundo, hay en muchas personas un despertar de ese sueño.
Es algo que, no sin sorpresa, hemos visto los psicoanalistas
en nuestros consultorios. Lo conversamos hace poco con mi amiga y colega Hilda
Vittar. De manera inédita los analizantes traen a su sesión los temas del
balotaje. Es algo muy poco frecuente ya que en general quieren hablar de su
familia o sus parejas y no de política.
Como un contragolpe a la vorágine mediática, se presenta en
la instancia analítica la división subjetiva, es decir, la pregunta íntima del
sujeto sobre quién es, de dónde viene, qué deudas tiene y qué desea. Cuando el
gesto frívolo, inocente casi, de dejarse llevar por el mercado, muestra su
aspecto más peligroso, muchos comienzan a preguntarse en qué lugar está parado,
cuánto ha contribuido a que esto pase, y cuánto no ha hecho para impedirlo.
Y lo que pude escuchar regularmente en esos casos es la
relación de la política con la propia familia, el lugar en que está parado alguien
respecto a lo que lucharon o creyeron los otros, cómo es que llegó a pensar la
política a partir de la lengua materna, la que se hablaba en su casa.
Se acusa al kirchnerismo de dividir la sociedad y quizá sea
cierto en el sentido que introduce un debate que penetra dentro de la
estructura misma de la sociedad y la cuestiona, cuestiona el discurso
inconsciente hegemónico, implantado por los patriarcas y el modo de pensar las
cosas aún dentro de la misma familia donde anida el odio de sí.
Eso implica sin duda un corte a la circularidad, un exterior
al todo adentro del capitalismo.
Me enseña todo esto, es muy interesante. Todavía no vemos
todo lo que nos puede dar.
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