Lêda Guimarães - AMP/EBP (Rio de Janeiro
10/10/2011)
¿Para qué Lacan creó la Escuela? ¿Por qué fundo y refundó su Escuela?
Para trabajar esta cuestión, abro una pregunta preliminar: ¿Por qué Lacan
enunció en la fundación de la Escuela Francesa de Psicoanálisis, “La fundo tan
solo como siempre estuve en mi relación con el psicoanálisis”?
¿Qué soledad es esta a la cual él se refiere? La soledad intrínseca del
humano separado del Otro? o ¿a la soledad intrínseca de su posición de deseo?
En cuanto deseo radicalmente inhumano, con el cual el prestaba su propio “ser”,
su fantasía, su síntoma, y su propia vida como Miller formalizó tan bien en su
curso La vida de Lacan (2010).
Mi respuesta, que es
también mi hipótesis acerca de la Escuela como cuarto pie de la formación
analítica es: Lacan fundo la Escuela asentado en la soledad intrínseca de la
existencia humana separada del Otro, y también porque, en esa soledad, el gran
sentido de su existencia fue ofrecer su “ser” al psicoanálisis. Ofrecer el uso
fantasmático y sintomático de su “ser”, como también ofrecer el propio destino
de su vida al psicoanálisis. Para efectivizar este intento, su fuerza motriz
fue su deseo, mejor dicho, su posición de deseo decidido e inquebrantable.
Posición de deseo
que es, por excelencia, un instrumento revolucionario, distinto de la pura y
simple alienación a la fantasía- en la cual un sujeto es conducido a dejarse
llevar ciegamente por sus impulsos gozosos-, del mismo modo que su posición de
deseo es distinta de la satisfacción gozosa debida a la identificación al
síntoma. Posición de deseo inflexible que solo es posible de ser sostenida en
el pos-analítico, en el pos-atravesamiento de la fantasía, en la pos-identificación
al síntoma.
Sabemos también que
la posición de deseo es posible de ser mantenida desde la entrada en análisis,
aunque de forma coja debido a la intromisión gozosa de la compulsión a la
repetición, pero aun así, la posición de deseo podrá ser sostenida si se
conecta a la responsabilidad ética de un sujeto que cuestiona su deseo cojo,
como también su goce delante de lo Real como imposible. Sostener esa posición
de deseo es la condición fundamental para venir a sostener una posición
analítica, que es esencialmente solitaria, pues es una posición del sujeto
delante de “sí mismo.”
De este modo,
considero que Lacan creó la Escuela fundamentalmente para poner en acto su
posición de deseo, permanentemente e incansablemente, en la dirección de dos
metas indisociables:
1) apoyar la
existencia del psicoanálisis en el mundo,
2) apoyar la
formación psicoanalítica permanente de los analistas.
Pero, ante todo,
debemos considerar que Lacan también creó la Escuela para la formación
analítica permanente de él mismo, con las producciones incansables de sus
formalizaciones teóricas a través de su Enseñanza, que sostenía no apenas
asentado en la posición de Amo que captura seguidores. Eso no bastaría para él,
pues creo que necesitaba de la Escuela como un medio de verificación de aquello
que formulaba en su Enseñanza acerca de la formación analítica.
Su Enseñanza
testimonia un esfuerzo continuo de traer a la palabra y a la escritura lo que
su Pase Clínico le producía como cambios continuos en el modo como leía y releía
la estructura subjetiva humana. Considero, inclusive, que el avance de su
Enseñanza solo puede ser operado a partir de su lectura incansable de los
cambios que continuaban siendo operados en su propia estructura subjetiva, como
el testimonió un día: “vivo pasando”.
Me parece por lo tanto, que Lacan creó la Escuela como un instrumento para
que pudiese continuar pasando, para que pudiese continuar sosteniendo su
posición analítica, según la orientación política que proponía también para los
analistas, como Romildo do Rêgo Barros tan bien fundamentó, en nuestro
encuentro pasado, al decir que la política lacaniana solo es sustentable a
partir de una posición analítica.
En este sentido, considero que, para Lacan, el sustento de su posición
analítica no estaba disociado de la función de la Escuela que él creó, de su
Escuela, ya que su Escuela fue concebida para promover, a través de una
formación psicoanalítica permanente, la emergencia y el sustento de la posición
analítica, no solo de él mismo, sino también de los analistas en el mundo. Esto
porque la existencia del psicoanálisis, más allá de su saber textual, depende
esencialmente e indispensablemente del sustento de la posición analítica en
algunos humanos.
Bien, toda la
cuestión que aquí planteo a partir de esta introducción es: ¿por qué la Escuela
de Lacan es esencial para la formación analítica permanente de los analistas?
¿Por qué esta Escuela y no otra? ¿Qué distingue esta Escuela de las otras,
donde varios colegas nuestros, inclusive colegas muy queridos, y también
apasionados por el psicoanálisis, continúan realizando sus estudios y
ofreciendo también una enseñanza de psicoanálisis?
Respondo anticipando algunos comentarios acerca del tema que Fernando
Coutinho se ocupará en nuestro próximo encuentro: el estudio y la enseñanza del
psicoanálisis no es un objetivo en sí mismo en la formación analítica. Así como
el estudio y la enseñanza del psicoanálisis jamás podrá limitarse a una
adquisición de saber al estilo del discurso universitario y al estilo del
discurso del amo.
El estudio y la
enseñanza del psicoanálisis solo contribuyen efectivamente a la formación
psicoanalítica permanente del analista, y lógicamente también a la existencia
del psicoanálisis en el mundo, cuando ese estudio y esa enseñanza, apenas y tan
solamente, tienen por función la formalización teórica del avance permanente de
la posición subjetiva analítica de los psicoanalistas.
Así planteo una
pregunta, que voy a responder inmediatamente: ¿de qué modo la Escuela de Lacan
es un instrumento por excelencia para el avance permanente de la posición
subjetiva analítica de los psicoanalistas? Respondo entonces diciendo que la
Escuela es ese instrumento porque fue concebida por Lacan para funcionar como
una institución No-Toda humana.
Sabemos, por otra
parte, lo sabemos bien entrañablemente, que no hay Institución posible que
pueda funcionar sin la invasión propia del goce humano. Quiero decir, sin las
rivalidades imaginarias de sus miembros y participantes con sus sueños
narcisistas e inhibición neuróticas, disputas de poder, deseo de reconocimiento
del Otro, etc. Lo que resulta inevitablemente en efectos de malestar entre sus
miembros y participantes debido a la alienación, o desafío a las normas del
Otro.
Pero, la Escuela de
Lacan, de nuestro querido Lacan, fue concebida por él como una Institución, no
digo inhumana, sino como una Institución No-Toda humana. Eso porque una
Institución entre humanos jamás podrá estar limpia, vacunada, de la dimensión
alienante y gozosa del humano, incluso una Institución analítica. En este
sentido, Lacan inventó un contrapunto institucional para que su Escuela no
fuese Toda humana, para hacer valer la posición analítica que es radicalmente
una posición inhumana.
¿Como hizo Lacan de
su Escuela una Institución No-Toda humana?
El inventó sus
dispositivos extraños y tan difíciles de ser sostenidos por nosotros, sin la
inevitable impregnación de nuestra lectura humana. Inventó:
-El Cartel, en
disyunción a la alienación imaginaria propia de los grupos de estudio humanos;
-Los Grados, en
disyunción a la jerarquía de la estratificación del poder humano;
-El Pase, que es una
interrogación permanente de lo que es el psicoanalista y de lo que es el
psicoanálisis, en disyunción a un saber dogmatico alienante acerca de lo que es
el psicoanalista y el psicoanálisis.
Tal vez ustedes
pregunten: pero al final, ¿de qué modo la Escuela de Lacan podrá servirnos, con
estos instrumentos para nuestra formación psicoanalítica permanente?
Respondo esta
cuestión a partir de mi propia experiencia como analista-analizante permanente.
La vida en la
escuela es una oportunidad extraordinaria para que el analista y el analizante
permanente se enfrenten con su propia dimensión humana, allí donde su dimensión
humana se hace enemiga de su posición analítica.
El análisis, la
supervisión, el estudio - trípode clásico esencial de la formación analítica-
son sostenidos a partir de una elección transferencial, más allá de eso, siguen
el ritmo propio de las elecciones de cada sujeto, allí donde su estructura
subjetiva se coloca espontáneamente abierta a la división subjetiva. De este
modo, la formación realizada únicamente a través de este trípode se hace, como
bien sabemos de un modo duro y difícil a través de un enfrentamiento con lo
Real, pero también se hace de un modo “cómodo”, “confortable”, según la
disponibilidad para una apertura subjetiva que la estructura dispone
espontáneamente. Por la vía de la elección transferencial la formación analítica
gira en torno del tratamiento de la incomodidad propia y habitual del
funcionamiento de la estructura subjetiva, en torno de una vieja y bien
conocida experimentación gozosa de la compulsión a la repetición.
Ya la Escuela, con
sus aparatos No-Todo humanos, es el shock, es el trauma, es el enigma no
buscado, es la angustia inesperada, es la irrupción de la inhibición que
paraliza abruptamente.
De este modo, la
Escuela como trauma incide en la subjetividad de sus miembros y participantes
de forma muchas veces devastadora y desestabilizadora.
Por efecto de la
transferencia al psicoanálisis, la Escuela es inevitablemente un receptáculo de
la transferencia analítica de sus miembros y participantes, y en este sentido,
lo que de ella adviene – de sus miembros, de sus instancias, de sus
actividades, de sus conflictos grupales inevitables – incide sobre aquellos,
que en ella están en formación, como actos advenidos del Otro, y muy
especialmente como imperativos puramente superyoicos, por lo tanto
mortificantes. Pero este efecto de incidencia del deseo del Otro, de la demanda
del Otro, del imperativo del Otro sobre el sujeto – por ejemplo, cuando un
sujeto dice: “La Escuela ahora me está exigiendo tal cosa” – es nada más que el
efecto de la alienación al Otro, propia y normal a cualquier sujeto humano,
desde su más tierna infancia, es decir, un efecto de la alienación a su Otro
singular, corporizado en el organismo y en el funcionamiento de la Escuela.
En ese sentido, por
efecto de la transferencia al psicoanálisis, lo que adviene de la Escuela, en
su equilibrio tosco entre el Todo-humano y lo No-Todo humano, incide sobre el
sujeto, traumáticamente, como una interpretación salvaje acerca de su
alienación al Otro. Esto que produce efectos de sintomatización, inhibición,
angustia, actuación, acting-out, pasaje al acto, fenómeno del cuerpo, exclusión
y aislamiento de la Escuela, hasta
incluso el desistimiento definitivo del propio psicoanálisis. En el mejor de
los casos, esta interpretación salvaje resulta en una implicación subjetiva al trauma experimentado,
permitiendo que el analista y analizante permanente cuestione analíticamente su
implicación de goce en este
trauma.
Por el efecto traumático
de la Escuela no es sin razón que muchos de nosotros mantengamos, de modo
continuo u ocasionalmente, un pie retirado de la Escuela, por ejemplo de las
actividades oficiales de las instancias directivas de la Escuela y busquemos
reunirnos en grupos que nos resultan más confortables, estableciendo una pareja sintomática en estos
pequeños reductos, al estilo de una extensión, o incluso de una sustitución más
acogedora de la familia que no tuvimos o idealizamos.
Por mi parte, creo
que esta posición de retirada preventiva es muy normal, en tanto propia de los
mecanismos estabilizadores que mantienen el equilibrio de nuestras estructuras
subjetivas. Freud mismo decía que el síntoma es el mejor arreglo psíquico entre
las fuerzas en conflicto del psiquismo, el arreglo más económico. Formulación
freudiana que Lacan toma bien en cuenta al proponer su noción de suplencia como
movimiento espontaneo y natural de la estructura, en el sentido de fijar una
estabilización.
Pero nuestro
problema, como analistas, es que la posición analítica no es nada confortable,
no es nada normal, no es nada acogedora. Es una silla empotrada en el agujero
del vacío de la estructura, empotrada en el borramiento de nuestro goce propio
en tanto humanos. En este asentar sobre el vacio de la estructura, propio de la
posición analítica, un sujeto no tiene a ningún Otro a quien apelar, ningún
Otro que pueda aprobar el acto analítico, ese que es esencialmente solitario,
del cual el analista solo podrá dar cuenta únicamente a sí mismo, es decir, a
su posición ética.
Por eso la posición
analítica no tiene nada que ver con el confort subjetivo, nuestro lastre es
esencialmente un pantano, una arena movediza, o incluso una línea muy fina en
la cual equilibrarnos para no desplomarnos en el campo del goce propio del
humano.
Por estas razones la
posición analítica tiende fácilmente a desvanecerse en un mecer esplendido
sobre la falda del Otro (1) , según la fantasía de cada uno, y hasta tiende a
desvanecerse en la luna del miel del casamiento del sujeto con su propio
síntoma en un final de análisis, ya que, según el movimiento espontaneo y
natural de la estructura, seamos analizantes permanentes y/o analistas, nuestras
elecciones tienden, mas naturalmente, a la comodidad de la estabilidad
fantasmática y sintomática de nuestra estructura singular.
Pero esto se
contrapone a la posición analítica, y de ese modo, el movimiento espontaneo de
nuestra estructura subjetiva tiende directamente a la muerte del psicoanálisis
– en nosotros mismos y en el mundo.
Así, la Escuela de
Lacan nos es esencialmente bienvenida en tanto analistas y analizantes en
formación permanente, pues ella es el shock traumático constante, que nos convoca
a cuestionar nuestra vacilación habitual entre el impulso, o imperativo de
goce, y el deseo con su falta radical.
La Escuela es trauma
porque opera por la vía de la contingencia, es decir, por la vía de los
encuentros que no fueron escogidos por nosotros. Encuentros que advienen de un
Real, que no es otro, que el Real de nuestra propia estructura humana.
Pero, es preciso también considerar que la Escuela es bienvenida como
trauma cuando nuestra posición de deseo nos permite amar al psicoanálisis así
como amamos nuestro “si mismo”, es decir, cuando el psicoanálisis fue
implantado en nuestro “si mismo” como la propia sustancia insustancial del
vacío que encontramos en nosotros mismos.
Con estos argumentos, propongo que la Escuela puede ser el cuarto pie de la
formación psicoanalítica permanente cuando consentimos y agradecemos a la
Escuela de Lacan por los efectos traumáticos que ella opera en nosotros mismos,
acogiendo las interpretaciones salvajes que de ella advienen como actos
analíticos bienvenidos, no corporizados en ningún ente como Otro, sino en tanto
actos analíticos que advienen de nuestro amor al psicoanálisis, de este amor
que nos hace elegir no retroceder ante lo Real.
Así como poetizó
Sthendhal – “el amor es una flor delicada, pero es preciso tener coraje para ir tomarla a
la vera del precipicio” – considero que el deseo del analista es
fundamentalmente ese coraje siempre renovado a través de la Escuela como cuarto
pie de la formación analítica. El deseo del analista es el coraje de ir a tomar la flor del amor más digno a la
vera del precipicio entre lo Simbólico y lo Real, para que, con esa flor, venga
a sostener el lazo analítico en el mundo.
(1) NT: "Dar
colo": expresión portuguesa que se utiliza en sentido metafórico como
brindar refugio, acoger, dar seguridad, protección.
Traducción: Josefina Elías


Agora eu tenho a resposta... -Coragem!
ResponderEliminarObrigada Leda por seus brilhantes textos.