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jueves, 3 de noviembre de 2011

LA ESCUELA COMO CUARTO PIE DE LA FORMACION ANALITICA



Lêda Guimarães - AMP/EBP (Rio de Janeiro 10/10/2011)        

¿Para qué Lacan creó la Escuela? ¿Por qué fundo y refundó su Escuela?

Para trabajar esta cuestión, abro una pregunta preliminar: ¿Por qué Lacan enunció en la fundación de la Escuela Francesa de Psicoanálisis, “La fundo tan solo como siempre estuve en mi relación con el psicoanálisis”?
¿Qué soledad es esta a la cual él se refiere? La soledad intrínseca del humano separado del Otro? o ¿a la soledad intrínseca de su posición de deseo? En cuanto deseo radicalmente inhumano, con el cual el prestaba su propio “ser”, su fantasía, su síntoma, y su propia vida como Miller formalizó tan bien en su curso La vida de Lacan (2010).

Mi respuesta, que es también mi hipótesis acerca de la Escuela como cuarto pie de la formación analítica es: Lacan fundo la Escuela asentado en la soledad intrínseca de la existencia humana separada del Otro, y también porque, en esa soledad, el gran sentido de su existencia fue ofrecer su “ser” al psicoanálisis. Ofrecer el uso fantasmático y sintomático de su “ser”, como también ofrecer el propio destino de su vida al psicoanálisis. Para efectivizar este intento, su fuerza motriz fue su deseo, mejor dicho, su posición de deseo decidido e inquebrantable.

Posición de deseo que es, por excelencia, un instrumento revolucionario, distinto de la pura y simple alienación a la fantasía- en la cual un sujeto es conducido a dejarse llevar ciegamente por sus impulsos gozosos-, del mismo modo que su posición de deseo es distinta de la satisfacción gozosa debida a la identificación al síntoma. Posición de deseo inflexible que solo es posible de ser sostenida en el pos-analítico, en el pos-atravesamiento de la fantasía, en la pos-identificación al síntoma.
 
Sabemos también que la posición de deseo es posible de ser mantenida desde la entrada en análisis, aunque de forma coja debido a la intromisión gozosa de la compulsión a la repetición, pero aun así, la posición de deseo podrá ser sostenida si se conecta a la responsabilidad ética de un sujeto que cuestiona su deseo cojo, como también su goce delante de lo Real como imposible. Sostener esa posición de deseo es la condición fundamental para venir a sostener una posición analítica, que es esencialmente solitaria, pues es una posición del sujeto delante de “sí mismo.”

De este modo, considero que Lacan creó la Escuela fundamentalmente para poner en acto su posición de deseo, permanentemente e incansablemente, en la dirección de dos metas indisociables:

1) apoyar la existencia del psicoanálisis en el mundo,
2) apoyar la formación psicoanalítica permanente de los analistas.

Pero, ante todo, debemos considerar que Lacan también creó la Escuela para la formación analítica permanente de él mismo, con las producciones incansables de sus formalizaciones teóricas a través de su Enseñanza, que sostenía no apenas asentado en la posición de Amo que captura seguidores. Eso no bastaría para él, pues creo que necesitaba de la Escuela como un medio de verificación de aquello que formulaba en su Enseñanza acerca de la formación analítica.

Su Enseñanza testimonia un esfuerzo continuo de traer a la palabra y a la escritura lo que su Pase Clínico le producía como cambios continuos en el modo como leía y releía la estructura subjetiva humana. Considero, inclusive, que el avance de su Enseñanza solo puede ser operado a partir de su lectura incansable de los cambios que continuaban siendo operados en su propia estructura subjetiva, como el testimonió un día: “vivo pasando”.

Me parece por lo tanto, que Lacan creó la Escuela como un instrumento para que pudiese continuar pasando, para que pudiese continuar sosteniendo su posición analítica, según la orientación política que proponía también para los analistas, como Romildo do Rêgo Barros tan bien fundamentó, en nuestro encuentro pasado, al decir que la política lacaniana solo es sustentable a partir de una posición analítica.
                                                                                                         
En este sentido, considero que, para Lacan, el sustento de su posición analítica no estaba disociado de la función de la Escuela que él creó, de su Escuela, ya que su Escuela fue concebida para promover, a través de una formación psicoanalítica permanente, la emergencia y el sustento de la posición analítica, no solo de él mismo, sino también de los analistas en el mundo. Esto porque la existencia del psicoanálisis, más allá de su saber textual, depende esencialmente e indispensablemente del sustento de la posición analítica en algunos humanos.

Bien, toda la cuestión que aquí planteo a partir de esta introducción es: ¿por qué la Escuela de Lacan es esencial para la formación analítica permanente de los analistas? ¿Por qué esta Escuela y no otra? ¿Qué distingue esta Escuela de las otras, donde varios colegas nuestros, inclusive colegas muy queridos, y también apasionados por el psicoanálisis, continúan realizando sus estudios y ofreciendo también una enseñanza de psicoanálisis?
                                       
Respondo anticipando algunos comentarios acerca del tema que Fernando Coutinho se ocupará en nuestro próximo encuentro: el estudio y la enseñanza del psicoanálisis no es un objetivo en sí mismo en la formación analítica. Así como el estudio y la enseñanza del psicoanálisis jamás podrá limitarse a una adquisición de saber al estilo del discurso universitario y al estilo del discurso del amo.

El estudio y la enseñanza del psicoanálisis solo contribuyen efectivamente a la formación psicoanalítica permanente del analista, y lógicamente también a la existencia del psicoanálisis en el mundo, cuando ese estudio y esa enseñanza, apenas y tan solamente, tienen por función la formalización teórica del avance permanente de la posición subjetiva analítica de los psicoanalistas.
Así planteo una pregunta, que voy a responder inmediatamente: ¿de qué modo la Escuela de Lacan es un instrumento por excelencia para el avance permanente de la posición subjetiva analítica de los psicoanalistas? Respondo entonces diciendo que la Escuela es ese instrumento porque fue concebida por Lacan para funcionar como una institución No-Toda humana.
Sabemos, por otra parte, lo sabemos bien entrañablemente, que no hay Institución posible que pueda funcionar sin la invasión propia del goce humano. Quiero decir, sin las rivalidades imaginarias de sus miembros y participantes con sus sueños narcisistas e inhibición neuróticas, disputas de poder, deseo de reconocimiento del Otro, etc. Lo que resulta inevitablemente en efectos de malestar entre sus miembros y participantes debido a la alienación, o desafío a las normas del Otro.

Pero, la Escuela de Lacan, de nuestro querido Lacan, fue concebida por él como una Institución, no digo inhumana, sino como una Institución No-Toda humana. Eso porque una Institución entre humanos jamás podrá estar limpia, vacunada, de la dimensión alienante y gozosa del humano, incluso una Institución analítica. En este sentido, Lacan inventó un contrapunto institucional para que su Escuela no fuese Toda humana, para hacer valer la posición analítica que es radicalmente una posición inhumana.

¿Como hizo Lacan de su Escuela una Institución No-Toda humana?

El inventó sus dispositivos extraños y tan difíciles de ser sostenidos por nosotros, sin la inevitable impregnación de nuestra lectura humana. Inventó:
-El Cartel, en disyunción a la alienación imaginaria propia de los grupos de estudio humanos;
-Los Grados, en disyunción a la jerarquía de la estratificación del poder humano;
-El Pase, que es una interrogación permanente de lo que es el psicoanalista y de lo que es el psicoanálisis, en disyunción a un saber dogmatico alienante acerca de lo que es el psicoanalista y el psicoanálisis.

Tal vez ustedes pregunten: pero al final, ¿de qué modo la Escuela de Lacan podrá servirnos, con estos instrumentos para nuestra formación psicoanalítica permanente?

Respondo esta cuestión a partir de mi propia experiencia como analista-analizante permanente.

La vida en la escuela es una oportunidad extraordinaria para que el analista y el analizante permanente se enfrenten con su propia dimensión humana, allí donde su dimensión humana se hace enemiga de su posición analítica.

El análisis, la supervisión, el estudio - trípode clásico esencial de la formación analítica- son sostenidos a partir de una elección transferencial, más allá de eso, siguen el ritmo propio de las elecciones de cada sujeto, allí donde su estructura subjetiva se coloca espontáneamente abierta a la división subjetiva. De este modo, la formación realizada únicamente a través de este trípode se hace, como bien sabemos de un modo duro y difícil a través de un enfrentamiento con lo Real, pero también se hace de un modo “cómodo”, “confortable”, según la disponibilidad para una apertura subjetiva que la estructura dispone espontáneamente. Por la vía de la elección transferencial la formación analítica gira en torno del tratamiento de la incomodidad propia y habitual del funcionamiento de la estructura subjetiva, en torno de una vieja y bien conocida experimentación gozosa de la compulsión a la repetición.

Ya la Escuela, con sus aparatos No-Todo humanos, es el shock, es el trauma, es el enigma no buscado, es la angustia inesperada, es la irrupción de la inhibición que paraliza abruptamente.
De este modo, la Escuela como trauma incide en la subjetividad de sus miembros y participantes de forma muchas veces devastadora y desestabilizadora.

Por efecto de la transferencia al psicoanálisis, la Escuela es inevitablemente un receptáculo de la transferencia analítica de sus miembros y participantes, y en este sentido, lo que de ella adviene – de sus miembros, de sus instancias, de sus actividades, de sus conflictos grupales inevitables – incide sobre aquellos, que en ella están en formación, como actos advenidos del Otro, y muy especialmente como imperativos puramente superyoicos, por lo tanto mortificantes. Pero este efecto de incidencia del deseo del Otro, de la demanda del Otro, del imperativo del Otro sobre el sujeto – por ejemplo, cuando un sujeto dice: “La Escuela ahora me está exigiendo tal cosa” – es nada más que el efecto de la alienación al Otro, propia y normal a cualquier sujeto humano, desde su más tierna infancia, es decir, un efecto de la alienación a su Otro singular, corporizado en el organismo y en el funcionamiento de la Escuela.

En ese sentido, por efecto de la transferencia al psicoanálisis, lo que adviene de la Escuela, en su equilibrio tosco entre el Todo-humano y lo No-Todo humano, incide sobre el sujeto, traumáticamente, como una interpretación salvaje acerca de su alienación al Otro. Esto que produce efectos de sintomatización, inhibición, angustia, actuación, acting-out, pasaje al acto, fenómeno del cuerpo, exclusión y aislamiento de la Escuela, hasta incluso el desistimiento definitivo del propio psicoanálisis. En el mejor de los casos, esta interpretación salvaje resulta en una implicación subjetiva al trauma experimentado, permitiendo que el analista y analizante permanente cuestione analíticamente su implicación de goce en este trauma.

Por el efecto traumático de la Escuela no es sin razón que muchos de nosotros mantengamos, de modo continuo u ocasionalmente, un pie retirado de la Escuela, por ejemplo de las actividades oficiales de las instancias directivas de la Escuela y busquemos reunirnos en grupos que nos resultan más confortables, estableciendo una pareja sintomática en estos pequeños reductos, al estilo de una extensión, o incluso de una sustitución más acogedora de la familia que no tuvimos o idealizamos.

Por mi parte, creo que esta posición de retirada preventiva es muy normal, en tanto propia de los mecanismos estabilizadores que mantienen el equilibrio de nuestras estructuras subjetivas. Freud mismo decía que el síntoma es el mejor arreglo psíquico entre las fuerzas en conflicto del psiquismo, el arreglo más económico. Formulación freudiana que Lacan toma bien en cuenta al proponer su noción de suplencia como movimiento espontaneo y natural de la estructura, en el sentido de fijar una estabilización.

Pero nuestro problema, como analistas, es que la posición analítica no es nada confortable, no es nada normal, no es nada acogedora. Es una silla empotrada en el agujero del vacío de la estructura, empotrada en el borramiento de nuestro goce propio en tanto humanos. En este asentar sobre el vacio de la estructura, propio de la posición analítica, un sujeto no tiene a ningún Otro a quien apelar, ningún Otro que pueda aprobar el acto analítico, ese que es esencialmente solitario, del cual el analista solo podrá dar cuenta únicamente a sí mismo, es decir, a su posición ética.

Por eso la posición analítica no tiene nada que ver con el confort subjetivo, nuestro lastre es esencialmente un pantano, una arena movediza, o incluso una línea muy fina en la cual equilibrarnos para no desplomarnos en el campo del goce propio del humano.

Por estas razones la posición analítica tiende fácilmente a desvanecerse en un mecer esplendido sobre la falda del Otro (1) , según la fantasía de cada uno, y hasta tiende a desvanecerse en la luna del miel del casamiento del sujeto con su propio síntoma en un final de análisis, ya que, según el movimiento espontaneo y natural de la estructura, seamos analizantes permanentes y/o analistas, nuestras elecciones tienden, mas naturalmente, a la comodidad de la estabilidad fantasmática y sintomática de nuestra estructura singular.

Pero esto se contrapone a la posición analítica, y de ese modo, el movimiento espontaneo de nuestra estructura subjetiva tiende directamente a la muerte del psicoanálisis – en nosotros mismos y en el mundo.

Así, la Escuela de Lacan nos es esencialmente bienvenida en tanto analistas y analizantes en formación permanente, pues ella es el shock traumático constante, que nos convoca a cuestionar nuestra vacilación habitual entre el impulso, o imperativo de goce, y el deseo con su falta radical.

La Escuela es trauma porque opera por la vía de la contingencia, es decir, por la vía de los encuentros que no fueron escogidos por nosotros. Encuentros que advienen de un Real, que no es otro, que el Real de nuestra propia estructura humana.

Pero, es preciso también considerar que la Escuela es bienvenida como trauma cuando nuestra posición de deseo nos permite amar al psicoanálisis así como amamos nuestro “si mismo”, es decir, cuando el psicoanálisis fue implantado en nuestro “si mismo” como la propia sustancia insustancial del vacío que encontramos en nosotros mismos.
                                                                                  
Con estos argumentos, propongo que la Escuela puede ser el cuarto pie de la formación psicoanalítica permanente cuando consentimos y agradecemos a la Escuela de Lacan por los efectos traumáticos que ella opera en nosotros mismos, acogiendo las interpretaciones salvajes que de ella advienen como actos analíticos bienvenidos, no corporizados en ningún ente como Otro, sino en tanto actos analíticos que advienen de nuestro amor al psicoanálisis, de este amor que nos hace elegir no retroceder ante lo Real.

Así como poetizó Sthendhal – “el amor es una flor delicada, pero es preciso tener coraje para ir tomarla a la vera del precipicio” – considero que el deseo del analista es fundamentalmente ese coraje siempre renovado a través de la Escuela como cuarto pie de la formación analítica. El deseo del analista es el coraje de ir a tomar la flor del amor más digno a la vera del precipicio entre lo Simbólico y lo Real, para que, con esa flor, venga a sostener el lazo analítico en el mundo.


(1) NT: "Dar colo": expresión portuguesa que se utiliza en sentido metafórico como brindar refugio, acoger, dar seguridad, protección.

Traducción: Josefina Elías

1 comentario:

  1. Agora eu tenho a resposta... -Coragem!
    Obrigada Leda por seus brilhantes textos.

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