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lunes, 11 de abril de 2022

Drive my car, el psicoanálisis y la traducción.

Por un comentario de Fabiana Ruseaux en Facebook vi Drive my car, una película japonesa de Ryusuke Hamaguchi, basada en tres cuentos de Murakami, que trata sobre la experiencia de un actor y director de teatro que, a partir de un malogrado amor, emprende un proyecto teatral multilingüe. Es una película maravillosa. Por suerte el libro de Murakami, Hombres sin mujeres, estaba en mi biblioteca. El azar me concedió también encontrarme con un tema que me había dejado pensado en el reciente congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis en el que me inscribí en mesas en español, francés y portugués. Allí me encontré nuevamente con que la traducción tiene algo de imposible. Los traductores constantemente ponían palabras imprecisas o entonaciones inadecuadas por lo que el oyente tenía que hacer mentalmente una corrección, lo que sería una traducción de la traducción. Eso hizo que fuera preferible escuchar en el idioma original porque, aunque algo se perdiera, y en verdad siempre se pierde algo, aún en la propia lengua, se podía entrar en contacto con algo más esencial de la transmisión. Con eso trazamos una diferencia entre traducción y transmisión. En Drive my car el protagonista desarrolla un método que consiste en elegir actores de diferentes lenguas que no pueden entenderse entre sí y cada uno dice sus líneas en su idioma. El público lo seguirá con subtitulado. Así, arma un elenco con un japonés, una coreana, una china, un filipino y… una muda que solo habla lengua de señas. Este es un detalle importante porque no es sorda, lo que convierte al personaje en una metáfora. La idea es que, al reunirse en la obra sin poderse comunicar se produce un encuentro de otro orden. Son los cuerpos y las voces las que importan, las palabras valen por el soporte que el cuerpo de cada uno les da y no por su significado. Los Comités de Acción de la Escuela Una que presentaron distintos trabajos en la previa del Congreso tuvieron una organización que me evoca al elenco de la película: cada grupo trabajaba en una lengua, pero ninguno de los participantes tenía ese idioma como propio, todos eran extranjeros para el grupo y cada uno tenía que esforzarse para comunicarse por fuera de su lengua materna. El dispositivo apunta, creo, a la resonancia que tiene lo que decimos, cuando lo decimos en otra lengua, en nuestra propia manera de hablar, es decir, de pensar. Para el fotógrafo y filósofo Vilém Flusser pensar es poner en relación varias lenguas. ¿No es acaso la traducción una constante en nuestra tarea como psicoanalistas? Aun cuando hablamos el mismo idioma, las lalengua, esas marcas que el lenguaje a escrito en el cuerpo de cada uno, no se comunican. En la película, el director propone la liberación del texto. Cada actor, en los ensayos, debe leer de manera automática, sin actuar, el texto debe volar por sí mismo hasta encontrar su lugar en el corazón de cada uno. Luego, en la representación, cada actor mostrará su propia interpretación de un texto que no se dirige a un significado unívoco. Es decir, el encuentro de los cuerpos y las voces producirá una comunión allí donde solo había incomunicación y distancia, autismo. Sin duda, la traducción debe formar parte de la formación del analista. Sobre el final de la película recién aparecen los barbijos. No creo que sea casual.

José Vidal

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